«Para muchos pueblos del África negra, los antepasados son los espíritus que están vivos en el árbol que crece junto a tu casa o en la vaca que pasta en el campo. El bisabuelo de tu tatarabuelo es ahora aquel arroyo que serpentea en la montaña…» A este cuento de Galeano me llevó una visita hecha al Centro de Personas Mayores Santa Luisa, no porque sean ancestros, que están más vivos que nadie y te salen al encuentro desempolvando recuerdos, reabriendo portones y contándote su historia, demostrando que no necesitan ser pasado para sentirse árbol y campo en su pueblo. Hasta los que hablan con silencios y cuelgan la mirada de un punto tan lejano que es imposible alcanzarlos, intuyes que están siendo árbol y arroyo en el mundo manso de su infancia.
Y también estaban ellas. Las tejedoras de Sta. Luisa. Esas mujeres mágicas que siempre tienen lana guardada en el baúl del desván de casa. Fue siguiendo el eco del SOS que lanzaron hace días, como dimos con ellas, reunidas en la biblioteca del asilo. Allí había muchas artrosis juntas tejiendo la Navidad en piezas de veintiún por veintiún centímetros, que otros llaman grannys y ellas llaman cuadrados de lana. La pieza de Clara es azul y no cumple las medidas, pero formará parte del proyecto porque se le cayó una historia encima, que no se quita «Soy asturiana pero el amor me trajo a tierras leonesas…». A su lado, Piedad devana una madeja de lana gruesa y otra de recuerdos ya muy finos por tierras del Curueño y teje las dos al mismo tiempo. Ha sido un honor formar parte de un proyecto, acudir a la cita que supuso romper muros de rutina, relacionarse con personal ajeno al centro, colaborando niños y adultos, empleados de la residencia, vecinos, voluntarios capaces de tejer una Navidad antes de que se acabe el Adviento para plantar un árbol hecho de hilo y cariño donde puedan cobijarse pájaros sin nido.
Así fue como una mañana de diciembre las abuelas salieron de Sta. Luisa y fueron al encuentro de todos aquellos que acudimos al reclamo. Ya en el Musac, se sentaron haciendo círculo con sus ovillos, agujas y mil paciencias guardadas en los bolsillos, dispuestas a enseñar su saber ancestral a los pequeños que iban llegando en rigurosos turnos, anunciando orgullosos su colegio de procedencia. No supimos en qué momento todos ellos, ancianas y niños, saltaron la portillera que separa un siglo y, conjugando el idioma de los ojos y del roce de manos, empezaron a tejer juntos. No se sabe cuándo pasaron de hacer cadenetas a estar encadenados unos a otros porque se filtró la complicidad entre ellos. Ni cuándo la timidez cambió de bando, los pequeños se sintieron seguros entre la lana y las abuelas se prolongaron en los pequeños dedos sin que organizadores y acompañantes interviniesen apenas porque todo fluyó solo, incluida la emoción al irse, cuando las manos alumnas aplaudieron a las manos maestras mientras intercambiaban besos de despedida.
Al mismo tiempo y en el mismo lugar, en apenas unos metros, todos los colores del mundo cabían sobre cuatro mesas en las que se había organizado el trabajo. Todo estaba programado menos la magia que jugó al despiste, llegó sin aviso y acabó ganando la partida. Rodeando las mesas todas las ilusiones medían veintiún por veintiún centímetros y todos los bosques estaban a punto de nacer en un árbol de lana. Parecía un juego. Niños, ancianas, voluntarios y personas llegadas de Alfaem con un miedo en el fondo de los ojos, menos Chari, con más luz que nadie en las velas del sombrero porque era su cumpleaños. Unos ataban tres hilos en tres extremos de los cuadraditos sin saber para qué. Otros convertían esos tres hilos en ataduras, sujetando los cuadrados de ganchillo a lo que sería árbol y Mateo identificó las piezas hechas por su tía porque reconoció el olor de su perro. Un enjambre con dos abejas reinas, Elisa y Vero pendientes de todo, aunque se lo pusieron fácil porque la infancia y la vejez hicieron masa casi instantáneamente.
Algunos ya tuvimos la Navidad que necesitamos. Estaba en cadenetas hechas por ancianas y niños compartiendo lana y aguja. Estaba en los noventa y cinco años de Piedad abrazando los nueve de Zaira y entre ellas, el mundo. Ya son todos ellos el mismo árbol, esperando la misma lluvia y las mismas noches y auroras. Un árbol que brotará el próximo día 20 de diciembre en el parque público de Los Antepasados, junto al asilo. No es otro árbol de ganchillo, tan de moda estos días. Es un árbol de lana que esconde dentro la historia de amor de Clara, risas de muchos niños, puntos torcidos de manos enfermas y puntos perfectos de manos expertas. Lleva dentro una canción de cumpleaños y suspiros de Esther la de San Cayetano porque las uñas recién estrenadas le impedían anudar los hilos. Contiene el silencio de Rosa y sus nudos maestros. Es tan mágico que se hizo con lanas rescatadas de un baúl en el desván de una casa. Allí donde no hay casa, desván ni baúl con lanas. Pero una abuela lo sueña sin ser invención de Galeano.