Pasado mañana, 8 de diciembre, celebramos la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la bienaventurada Virgen María, dogma de la Iglesia –esto es, verdad absoluta que no admite duda, revelada por Dios y que todos los fieles debemos creer sin reservas– proclamado por el papa Pío IX en 1854, que sostiene que la Virgen, la Madre de Dios, fue «en el primer instante de su Concepción (…) preservada inmune de toda mancha de pecado original». Y es, desde luego, uno de los días más importantes del año para los católicos; y el único –dicho sea de paso– en el que el que liturgia permite en España el uso del color azul celeste: ya en 1864 –así lo indica el célebre liturgista italiano Mario Righetti– «la Santa Sede concedió a todas las iglesias de España (…) el poder usar paramentos de color azul en la fiesta y octava de la Inmaculada Concepción».
En la localidad leonesa de Villamondrín de Rueda –a media hora en coche, poco más, al este de la capital–, que pertenece al Ayuntamiento de Valdepolo, es, además, uno de sus días más especiales. Y es que, al término de la misa –que este año comienza a las 13:00 horas–, se bendicen y reparten hogazas de pan entre los asistentes. Si tienes ocasión, no dejes de acercarte –yo estuve hace un par de años–, que es una buena ocasión para conocer el pueblo y participar de una de sus tradiciones más singulares.
Su origen se remonta, al menos, a 1725 –«seguro que es muy anterior», me decía Macario Fernández, que lleva mucho tiempo investigando sobre la historia de Villamondrín de Rueda–, cuando una vecina, cuyo nombre no se conoce, donó unas tierras al pueblo con la condición de que, además de rezar por ella, todo el mundo recibiera gratuitamente una hogacina cada año por la Inmaculada.
Esas tierras, que son propiedad del pueblo –hoy se conocen como ‘Tierras de la Caridad’– y gestionadas por la junta vecinal –me lo contaba su presidenta, Covadonga Viejo–, son subastadas cada diez años. Y con lo que se obtiene, es con lo que se compra el pan.