Llevo años esperando que surja alguna propuesta formal que solicite el cambio de denominación del Festival de la Canción de Eurovisión, pero parece que nadie mueve ficha. Aunque es de Perogrullo expongo la motivación que me lleva a pedir que su nombre se adecue a lo que es realmente. Así nadie podría criticarles por engañar a los telespectadores que se sientan delante del televisor esperando disfrutar de algo, que luego dista mucho de ser lo que cualquier mente lúcida podría esperar que se esconde tras un Festival de la Canción.
Si ya hay algún ofendidito al que se le están inyectando los ojos en sangre previendo lo que voy a argumentar, ahí va un spoiler. Me resbala completamente en qué se ha convertido Eurovisión y quién es el ganador de cada edición, pero no admito que me tomen por tonto y me tenga que tragar que es un festival apolítico y en el que se valora la calidad y el talento musical.
Es comprensible que con el paso de los años este tipo de eventos varíen su esencia y se adecuen a los tiempos, pero si queremos ser honestos y evitar posibles equívocos, debería cambiarse también su denominación. No pocas actuaciones pueden hacer creer al telespectador que está viendo el Circo de los Horrores o un Festival Internacional de Humor. Vamos, que la música es un simple adorno decorativo. Lo importante es el espectáculo, mal entendido eso sí, y la polémica que se genera en redes sociales.
Lo de las votaciones teledirigidas de cada país se ha aceptado ya como algo propio de dicho concurso, pero que los organizadores tengan el cuajo de decir que es un festival apolítico, me parece un insulto de mal gusto. A Rusia se le prohíbe participar por su invasión a Ucrania y este año Israel sí se sube al escenario. Y si nos detenemos en los artistas, mejor dicho, en las personas que participan, entonces ahí tenemos para hacer un estudio sociológico. En un concurso en el que actúa Chikilicuatre puede ser de todo, menos musical. Pero eso fue una broma evidente y entendida por todos, el problema es que hay muchas otras actuaciones que son igual de humorísticas, pero que la gente se empeña en defender como odas al arte.
Seré un purista anticuado, pero pienso que cuando se valora la actuación de un cantante no debemos detenernos en su nacionalidad, color de piel, corte de pelo, condición sexual o vestimenta. Simplemente debemos escuchar lo que sale de su garganta. Pero como esto no es así, quizás deban rebautizar este concurso como el Festival de la Canción Humorística y Política de Eurovisión.