Si los historiadores no se ponen de acuerdo en determinar el origen exacto de los juguetes, no seré yo quien se atreva a inclinarse por una u otra teoría. Lo que sí es evidente es que los juguetes tienen miles de años de vida y al igual que las civilizaciones han ido evolucionando.
En muy pocas décadas han pasado de ser casi un objeto de lujo a uno desechable. El consumismo, que irrumpió en nuestra sociedad no hace tanto tiempo, ha dejado atrás esos años en los que los únicos juguetes que recibías eran en tu cumpleaños y la Noche de Reyes. Por eso eran tan especiales y les teníamos tanto cariño. Y ya si retrocedemos unas cuantas décadas más y nos vamos a mitad del siglo pasado pues imagínense. Cuando algo es escaso y complicado de obtener su valor, más allá del monetario, se multiplica exponencialmente y a la inversa. Esto nos lleva a la situación actual en la que los niños reciben tantos regalos y juguetes durante todo el año, que no les otorgan la magia que generaciones pasadas sí les dábamos a esos objetos que nos abrían puertas a mundos llenos de aventuras, sin necesidad de tener que estar mirando a la pantalla de un móvil o de una tablet.
Estarán pensando que he decidido hablar sobre juguetes por la cercanía de las fechas en las que el gordinflón barbudo y los tres colegas a camello hacen de las suyas. Pues curiosamente este no es el motivo real. Todo lo contrario, la musa de esta columna es una mujer de carne y hueso, directora de un hospital de juguetes, y que hace unas semanas tuve la suerte de conocer en Núremberg.
El 2 de enero de 1945 centenares de aviones dejaron caer sobre esa ciudad alemana miles de bombas, destrozándola por completo. Cuando sonó la alarma avisando del inminente bombardeo una niña de ocho años se escondió en el sótano de su casa junto a su madre, pero antes guardó en una caja sus objetos más preciados, sus pequeños juguetes. Cuando finalizó el horror y pudieron salir del escondite, su casa había sido destruida, al igual que su tesoro. Desconozco si en ese justo momento o más adelante fue cuando decidió que dedicaría su vida a curar a los juguetes heridos de otros niños. Lo que sí puedo asegurar es que a día de hoy las puertas de su tienda y hospital de juguetes siguen abiertas.
Soy consciente de que en la actualidad no tendrá muchos pacientes que atender, ya que se lleva más el usar y tirar, pero les puedo garantizar que entrar en esa tienda, atiborrada de juguetes, y escuchar a esa mujer mientras acunaba en sus brazos una muñeca es uno de los regalos más especiales de estas Navidades.