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Hoy un verso suelto

09/03/2024
 Actualizado a 09/03/2024
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Acompasados desfiles marciales en que las hordas nazis clavan sus pasos con el brazo en alto extendido. En derredor, cientos de banderas con la cruz gamada emponzoñan el aire pretendiendo uniformarlo. La raza aria y suprema, una unicidad excluyente en busca de la supremacía. La lucha por el territorio, la expansión, la exclusión. El sometimiento a un líder que hipnotiza, masa compacta que jalea al poder que se ejerce aniquilando a todo el que disienta.

No describo uno de esos viejos reportajes en blanco y negro que se cuelan en Youtube, como aquellos cortos del Nodo que se proyectaban antes de la película para exponer las bondades franquistas. 

Tampoco pretendo analizar esas viejas fotografías plagadas de personas enloquecidas, sedientas de sangre burguesa, con el puño en alto buscando ocupar el mismo lugar que dejaron aquellos cuyas cabezas, sedientos, hicieron rodar.

Puede ser perfectamente lo que sucede en el pasillo de un instituto, o en el barrio de una ciudad donde haya una tribu dominante o en la tertulia de un medio de comunicación o de un café donde las palabras intempestivas e intolerantes de algún analista propugna que la diversidad no tiene sitio en un país como el suyo.

Porque hay palabras que son como desfiles marciales engarzados en sentencias lapidarias tales como «ellos no pagan impuestos», «da asco ver las calles llenas de extranjeros», «no respetan lo nuestro» y enarbolan banderas con cruces de ‘vete-a-saber-qué-religión’, exhibiendo derechos, como si estos solo fueran los propios y se hubieran desembarazado del adjetivo «humanos» que habitualmente les acompaña.

Son líderes de opinión que capitanean la de los demás apisonando cualquier atisbo de disidencia.

Y a menudo olvidan que a su lado conviven multitud de versos sueltos que no desean ser rimados, o que en todo caso, se alistan en la tropa de la rima asonante.

Aquellos que pertenecen a esas «veinte mil especies de abejas» que como en el film del mismo nombre claman porque cada vez haya más adeptos que acepten el reto de afrontar la indiferencia. 

Vade retro a los totalitarismos que exhiben el brazo en alto, ya sea con la mano empinada hacia un cielo exclusivo y acusador, o con el puño apretado esperando a ser lanzado como proyectil devastador.

Y una vez más me adhiero al pensamiento de mi querido Unamuno que se recreaba cada mañana en la contemplación de la estatua de Fray Luis de León, alejada de cualquier atisbo de lucha e ideología con su mano tendida al aire.

Una mano abierta a la diversidad que componen los versos sueltos.

Como esta columna, que tal vez hoy se quede sola, en la inmensidad de todas las letras que en derredor la acompañan.

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