Cuando llegan estas fechas como colofón a unos días de fiesta que cada año se repiten, si bien cargadas de una nostalgia que, recordando a los que por diferentes causas no se encuentran entre nosotros y nos tenemos que conformar con apelar a esos recuerdos, normalmente en compañía de la familia, nos hacen más llevaderas las celebraciones.
Aunque existe una pugna entre el foráneo Papá Noel y nuestros Reyes, Melchor, Gaspar y Baltasar, a quienes conocimos y veneramos desde que éramos pequeños, la gran mayoría nos inclinamos por este trío que, llegado desde Oriente, nos enciende la ilusión soñando con lo que nos sorprenderán al amanecer del día de Reyes. Es muy difícil, sobre todo cuando se es un niño, pegar el ojo para dormirte pensando en que no te sorprendieran llegando a la casa y te pillaran despierto con el correspondiente susto. Los Reyes, con la comitiva que les acompañan, venían cargados de muchos juguetes que previamente les habían sido solicitados por carta recogida por los pajes, que eran los encargados de hacérselas llegar al venir desde tan lejos. Aquí se producían unos días previos de nerviosismo, cuando has sido algo malo y un regular estudiante y tenías miedo que te dejaran saco de carbón, mientras los demás niños que habían sido buenos, y tenido mejores notas, gozaban luciendo aquello que tú no tenías.
Entre los chavales se jugaba a ver qué rey era el favorito para cada uno de nosotros, entonces no había racismo, y quizás porque tampoco había muchas personas de color, la mayoría nos inclinábamos por el Rey Baltasar, que resultaba más original y menos visto. Nos los imaginábamos montados en aquellos camellos cargados de regalos traídos desde tierras lejanas que, guiados por una gran estrella les conduciría a Belén, lugar donde nació Jesucristo. A nosotros lo que nos hacía imposible conciliar el sueño era pensar en si lo pedido hubiera sido atendido y podíamos disfrutar con intensidad los pocos días que teníamos antes de reincorporarnos a los estudios. Conscientes de que las cosas han cambiado una barbaridad, como se dice en la zarzuela ‘La Verbena de Paloma’, hoy hay pocos regalos que te sorprendan. Entonces, como eran años poco boyantes, los Reyes tenían que limitarse a regalar parte de lo pedido para que, de esta manera, alcanzaran para entregar algún juguete, ropa o libros, a cada uno de lo miembros de la casa.
He de reconocer que yo, como a la mayoría de los niños, no entendíamos, y nos sentaba muy mal el que en vez de encontrarnos con algún juguete de los pedidos por carta, a la hora de levantarnos de la cama, nos viéramos sorprendidos por alguna prenda de vestir en lugar del ansiado juguete para competir con los demás chicos del barrio, alardeando de pistola o puñal de goma, sin entender que eran tiempos difíciles en los que una prenda era mucho más útil y de mejor aprovechamiento, que cualquier juguete de entonces. Lo bélico estaba más de moda que hoy. Me acuerdo de jugar con mi primo Juanjo Natal, a disparar sobre unas astillas puestas de pie con una pistola que con un corcho atado con un hilo que nos hacía de munición y de entretenimiento.
A mi, lo que siempre me gustó, y que de alguna forma disfruté, fue tocando la armónica a dúo con mi hermano Luis, lo que me llevó años más tarde a completar los estudios de solfeo en el antiguo conservatorio situado entre el actual edificio y Correos actual. De todas formas, a pesar de las nevadas que hay que superar hasta llegar a este nuestro León con los mencionados camellos, acostumbrados a otras climatologías, triunfaban. También conozco niños de distintas edades, como son Hugo y Teo, los cuales, con sus madres, Eva y Lidia, no dudan en desplazarse desde Madrid y Sevilla hasta León, con alojamiento gratis, para recibir, con anticipación, los ansiados regalos depositados en casa de sus abuelos, Pilar y Quique, como lugar de recepción. Que nos venga bien el 2025.