Imagina que el suelo de tu casa empieza a llenarse de agua. Por la ventana una tromba baja a velocidad sobrehumana; en ese minuto se transformó en tsunami: coches, objetos y hasta personas. En el interior, el agua continúa subiendo. Qué haces, todo está ahí dentro. Cuando reaccionas, simplemente te vas para salvar tu vida.
Imagina que de vuelta a casa, llegas a uno de esos atascos. Nada se mueve y no sabes. En la radio hablan de una Dana, mientras notas que tu coche pierde contacto con el suelo. Las personas salen del suyo y lo pruebas todo: acelerador, embrague, puñetazos al volante... Nada. Sales, pero ya viene muy fuerte y te ves vencido. Intentas agarrarte a cualquier elemento mientras llegan a ti muchas imágenes y personas. Piensas en cómo estarán y dónde. Deseas que al menos ellos estén bien.
Imagina ver amanecer al día siguiente y que tu calle, esté abarrotada de barro, destrozada, coches amontonados; apocalipsis. No hay forma de contactar con nadie, decirles que estás vivo o que te lo digan ellos. La panadería, el bar, el taller, la peluquería, los bajos… En cuantos de esos portales, coches o establecimientos habrá cadáveres. Piensas en todo a la vez, en qué ha pasado, cómo y sobre todo si esto es la realidad.
Imagina perder todo lo que tienes. Todo. Imagina volver a tu negocio destrozado. Imagina regresar a tu casa arrasada y con el cadáver de tu mascota flotando. Imagina no saber dónde están tu padres, hijos, sobrinos, abuelos, nietos, tíos o amigos. Imagina haberte salvado tú, pero no tus hijos que te los arrancó la riada.
Hay tanto que deberíamos imaginar, tantos espeluznantes sentimientos de los que sí lo vivieron y siguen viviéndolo. Horroriza pensarlo e imagínense vivirlo. Ojalá todas estas personas y sus historias no queden enterradas en el incesante flujo informativo. Ojalá no suceda como con el volcán de La Palma o las víctimas de la pandemia. Ojalá.