Cristina flantains

El imperio de la ley

06/12/2023
 Actualizado a 06/12/2023
Guardar

Eme y yo teníamos 13 años cuando se celebró el referéndum para la ratificación de la Constitución española, y ya éramos amigas. Vivíamos en el mismo edificio y por las tardes, muchos días, después de hacer los deberes, nos juntábamos en su casa o en la mía. Aquel miércoles, 6 de diciembre de 1978, ambas presentíamos que estábamos ante un acontecimiento histórico, sobre todo Eme, que no hacía más que repetir lo que nos habían explicado en clase, que tenía que ver con un gran imperio, con ‘El imperio de la ley’, ¡nada más y nada menos! 

Tumbada en la cama boca arriba, con los pies encima de mi almohada, leía una y otra vez, en el librillo de la Constitución que nos habían regalado en el colegio, el párrafo: …. bla bla bla … «hasta llegar a consolidar un Estado de Derecho, que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular». Y luego repetía, blandiendo su dedo índice en el aire y emulando el vozarrón de Conan el Bárbaro: ¡El imperio de la ley! 

Mientras, yo, sentada en el suelo, me entretenía leyendo el cómic Sombras en Zamboula. Llevábamos tiempo abducidas por las historias de Roy Thomas y Barry Smith y todo en nuestras vidas encontraba un sitio en sus viñetas. 

Bajó de la cama, se sentó a mi lado, y me señaló el momento en el que Conan el Bárbaro, espada en mano decía: «¡… y yo también os lo prometo!». Y nos convenció.

Conan sabe mejor que nadie lo que es el imperio de la ley, dijo Eme, mientras pasaba su dedo sobre el dibujo. Y lo defiende como nadie, igual que lo defiende la Constitución. Nuestra mirada, prendida en ese amasijo de poder y decisión, sólo atisbaba lo que la aventura de la vida supondría en realidad. A las dos nos pareció que estábamos en buenas manos. 

El paralelismo entre la Constitución y Conan, como adalides del imperio de la ley, prendió, sin esfuerzo, en nuestro imaginario juvenil, quedándose para siempre, impidiéndonos perder la esperanza, incluso cuando, a golpe de realidad, descubrimos que, como mujeres que éramos, pertenecíamos a un colectivo de ciudadanas de tercera, junto con los emigrantes, los homosexuales, los niños, los viejos y los pobres. 

A nuestros 13 años, la señales sobre esa injusticia capital, que campaba a sus anchas a nuestro alrededor, nos pasaba de largo, aunque, el sistemático incumplimiento del artículo 14, sí pesara en el ánimo de las mujeres con más edad de nuestras familias, incluidas aquellas empecinadas en negar que aquella historia no iba con ellas, o las que eran incapaces de ver más allá de la punta de su nariz, o de las que se dejaban llevar por su chamán, en confesión, siendo este, la mayor parte de las veces, un engendro de las tinieblas.

Aquel eje del mal, que tan bien se reflejaba en las historietas de Roy Thomas, donde Conan el Bárbaro luchaba espada en ristre, empezó a tomar cuerpo en nuestra consciencia pasados los años, ya fuera de las viñetas, y llegó, igual que en el cómic, como reminiscencia, o consecuencia, de un tiempo de barbarie, del maldito imperio del mal, de la voluntad de las y los villanos, de las y los traidores, de las y los diablos y, por qué no, también como consecuencia del lado oscuro de un presente que no destila tanto progreso y grandeza como nos prometieron.

Qué sea hoy, 6 de diciembre, el día de todos los Samuel Luiz, de todas las Fátima, Tatiana Beatriz y Leticia, de todos los que hoy se van a la cama con el estómago vacío, de todos los anónimos que yacen en el fondo del Mediterráneo, de todos los olvidados por sus familias, arrinconados en residencias para la tercera edad, o solos en sus casas con sus misérrimas pensiones de viudedad, de todos los menores que viven vidas que no les corresponde vivir. Vaya por ellos este Día de la Constitución en su fallido artículo 14 y, a todos los demás, que la espada salvaje de Conan les coja confesados.

 

Lo más leído