A pesar de que con el calor uno lee las noticias desde la toalla de la piscina estos días de verano recuerdan a aquel penúltimo día del otoño de 2021 en que Alfonso Fernández Mañueco rompió con Ciudadanos y convocó elecciones anticipadas. Entonces, aunque los rumores habían sido constantes durante meses, el divorcio se precipitó sin preaviso ante la traición que según el presidente estaba cometiendo la parte del gobierno liderada por Francisco Igea.
No se han cumplido cuatro años de aquello y el clima de incertidumbre en los mentideros es parecido. La pelota está en el tejado de los de Santiago Abascal. Sus portavoces repiten que aceptar la acogida de menores inmigrantes supone una línea roja que quiebra los pactos en las autonomías en las que PP y Vox gobiernan juntos. Aunque este asunto no aparece de forma explícita en ninguno de ellos. Lo hacen con el mismo entusiasmo que los líderes populares aguantan el pulso asegurando estar tranquilos sobre la estabilidad de sus ejecutivos. El problema es que en la política española la costumbre es decir lo contrario de lo que se piensa. Si todos mienten, y la amenaza de ruptura es tan falsa como la comodidad del PP, el fantasma tampoco desaparece.
Es sabido que Mañueco sentiría alivio al librarse de las ataduras de Vox. Pero tanto un gobierno en minoría como nuevas elecciones le plantean horizontes tormentosos. Aguantar en minoría hasta el final de legislatura sería agónico con ínfimas opciones de acuerdos parlamentarios. Volver a las urnas podría terminar en resultados casi idénticos si nos fijamos en cómo Vox ha aguantado sin castigo en las citas electorales recientes. Si Vox se mantiene o crece levemente queda poco espacio para que el PP alcance la mayoría absoluta. El hundimiento de los socialistas tampoco parece suficiente. Sin otro pacto posible, un acuerdo a la francesa con el PSOE es ciencia ficción en esta España, no habría más salida que repetir un gobierno de derechas cimentado en la desconfianza.