Han salido a la luz las estimaciones más recientes del INE sobre población, natalidad, fallecimientos y saldo vegetativo correspondientes al 2023. Las defunciones superan a los nacimientos. De hecho, los duplican en trece provincias de nuestro país. Son cifras que desatan la preocupación. Si tomamos como referencia los datos de los últimos 15 años, todo indica que estamos abocados a un invierno demográfico.
La pirámide poblacional tiende a invertirse debido, por ejemplo, al drástico descenso del índice de natalidad y a un alargamiento progresivo de la longevidad. Ya hay más personas mayores de 65 años que niños en varios puntos de nuestra geografía. En unos años, esto se traducirá en un estancamiento del crecimiento poblacional justo antes de comenzar a revertirse.
La inmigración, por ahora, está ralentizando este proceso. Pero parece inevitable que suceda a medio o largo plazo de todos modos.
Las mujeres cada vez retrasan más la decisión de ser madres o deciden no hacerlo por razones de diversa índole. Subida generalizada de precios, dificultades para conciliar el trabajo con la vida personal, inestabilidad y precariedad laboral, entre otras trabas. Las medidas que se empiezan a tomar para facilitar o incentivar la natalidad resultan insuficientes, no surten efecto. En todo caso, de acuerdo con las estadísticas y las previsiones de los expertos, llegan demasiado tarde.
Primero se habló de un problema de superpoblación, ahora se escuchan críticas acerca de que se tienen más perros que hijos y que esto supondrá el principio del fin de la humanidad. Tal vez se trata de afirmaciones demasiado catastrofistas, aunque solo el tiempo podrá determinar si son ciertas.
Pero sí que se puede deducir que nos espera un cambio importante en el perfil de la sociedad. Un futuro de abuelos con pocos hijos y nietos, o ninguno. Y pequeños con abuelos o bisabuelos, pero sin hermanos o primos.
Y esto si que es un reto en muchos sentidos que habrá que afrontar tarde o temprano.