Por fin pasó el cuarenta y tantos, congreso del PSOE que, por cierto, hubiera sido buena oportunidad para redefinir las siglas del partido, ya que el sanchismo se ha comido a la social democracia, del mismo modo en que Saturno devoraba a sus hijos. A estas alturas, no sabemos exactamente a quién pertenece: si a Puigdemont, al tal Rufián, al reino de Marruecos, a los amigos de Otegui o a los meapilas del PNV, del Padre Arzallus y el Monseñor Setién, a los que Dios guarde donde se lo merezcan.
Aunque se intuye, no sabemos a ciencia cierta hasta dónde nos quieren llevar. De momento se trata de superar los conflictos judiciales que atañen a su familia, a él mismo, a sus numerosos colaboradores y altos cargos del entorno gubernamental. Pero esto es peccata minuta. Bien sabe Sánchez que, en el último momento las aguas volverán a su cauce (menos suerte tuvo la Comunidad Valenciana).
«Sevilla tuvo que ser», como entona José Feliciano, para rehabilitar a Chaves y Griñán, protagonistas de un de los mayores escándalos, sin paliativos, de la democracia española. Si estos han quedado impunes y jaleados por la hinchada socialista ¿Por qué no iba a serlo el propio presidente, si las cosas se torcieran?
El contubernio ha salido perfecto. Sin oposición –aplausos arropando a Begoña– y con la gratitud de los que se mantienen, frente al resquemor de los que han sido fulminados.
En lo tocante a nuestra comunidad, la decepción de Tudanca ha sido de campeonato. Pero, para decepción, la de nuestra Provincia, la de León. En algún medio leí con entusiasmo, que estábamos a punto de alcanzar la autonomía para inaugurar una auténtica Región Leonesa. Y casi me lo creí. Pero ¿a quién iba a interesar este asunto? Viniendo de un iluso militante de Villablino al que dejaron solo.
Una novedad ha sido la llamada a tareas de más responsabilidad de Javier Alfonso Cendón. Es leonés, está sobradamente preparado y aferrado al partido. Apenas hay una nube que empañe su imagen. Habiendo sido ungido por el presidente, ahora le tocará tragar sapos y, en lo tocante a la autonomía de León, ni tocarlo si quiere conservar el puesto. «No soy de aquí, ni soy de allí…». Como cantaba Alberto Cortez.
De lo que se trataba en Sevilla, era homenajear al propio Sánchez, mostrar imagen del poder que ostenta y la escasa gallardía de sus congresistas (empezando por los aspavientos de García-Page).
Tras algunas purgas y ciertos cambios, sella las fisuras de la nave y garantiza «la unanimidad». Una palabra escalofriante. Que asusta. La hay en Cuba, en Irán, en Nicaragua y en la Venezuela de Maduro y Zapatero. Hoy tocó Sevilla. Ayer fue en Plaza de Oriente.