Escribo en lunes. Desde momentos previos al primer café, al primer cigarrillo, antes de, como acostumbro a decir, sentirme y saberme persona, el aire me susurra el tango de Romero y Soifer, Volver, inmortalizado por Gardel, ese argentino que como el tango, como remata el adagio latinoamericano, «descienden de los barcos».
Acaso sea porque, ya desde las primeras luces del día, siento cómo, en realidad, «veinte años no es nada/ que febril la mirada/ errante en la sombra, busca y nombra» de viva voz la laica letanía de los nombres de las ciento noventa y tres víctimas mortales (2 meses, Nicolás y 7 Patricia, aún bebés; 64 años, Encarnación y 66 Rafael, las mayores), sin olvidar a las mil setecientas cincuenta y ocho víctimas heridas de más de treinta y cuatro nacionalidades, de aquella breve y cruel jornada para ellas y sus familias y amigos, de aquel tan largo y compungido día para nosotros, en que el terror sembró la muerte, primero, la más odiosa infamia, después.
Infamia que dio pie a la más siniestra teoría de la conspiración iniciada y alimentada por el Partido Popular de José María Aznar junto al eco de algunos medios de comunicación. Infamia en la que, aún hoy, persevera desde su Fundación, sin duda inclinado, cual moderno Goebbels, a convertir en verdades las mentiras mil veces repetidas desde aquel 11M.
No fue su primera infamia. Aún estaba reciente la cometida con los sesenta y dos militares muertos en el accidente del YAK-42, en Trabzon, Turquía, cuando regresaban de una misión internacional de ayuda humanitaria en Afganistán y Kirguistán; con sus familias, con el lamentable trato dado a los restos de sus muertos.
Mas no pasa nada, nunca pasa nada, pronto nos acostumbramos a la sangre y a la muerte y más pronto que tarde miramos hacia otra parte y, aquí, con Saramago, me pregunto: «¿hasta cuando miraremos hacia otro lado como si el ser humano no fuera importante». Habré de asumir, como afirma Rafael Argullol en ‘Breviario de la aurora’, que es lo «Inhumano: lo humano que el hombre, por cobardía, se niega a reconocer». Y no ceja la infamia en su vario grado. Llega a turbar, produce vergüenza ajena, decepción, cólera. Sí, hablo del «caso ¿Koldo?, ¿PSOE?». Y, aun respetando la presunción de inocencia y los posibles grados de responsabilidad, me dan asco.
«Vivir,/ con el alma aferrada,/ a un ‘amargo’ recuerdo que lloro otra vez».
Unos y otros, unas y otras: infames, infamias. ¡Ay de ti, Nación! ¡Ay de nosotros, ciudadanos! ¡Oh tiempos, oh podredumbres!
¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.