Hay pocas situaciones más cargantes que un jubilado dando lecciones de vida. A un padre se lo aguanta porque es un padre, pero un señor mayor cuyo único aval es la cantidad de años que se empeña en enarbolar y cuya intención es darte instrucciones que él no ha seguido para llegar a un sitio al que no quieres ir puede convertirse en una pesadilla nivel DefCon 2. Con los años se adquiere experiencia, cierto, pero la experiencia no significa ser experto y dista de ser transmisible en bruto, en particular si se insiste en hacerlo con superioridad o condescendencia. O sea, si se viene echando la bronca y machacando con lo que hay que hacer y lo que no.
Si además se ha sido jefazo es fácil que la prepotencia venga de serie. Si uno ha sido, por ejemplo, presidente del gobierno, lo meritorio es darse cuenta de que, no siéndolo ya, tus impresiones cuentan tanto como la comprensión y la fidelidad a la organización que te encumbró.
Debe ser difícil, también es cierto, morderse la lengua si uno ha exhibido tanta facundia como Felipe González. O si uno ha hecho gala de una mordiente tan a menudo fuera de lugar como Alfonso Guerra. A ambos no se les han oído demasiadas diatribas contra extraños salvo cuando se trata de corregir el rumbo a los propios. No vaya a ser que se olviden de quién lleva las medallas, quién ganó las batallitas que ellos mismos cuentan y quién gobernó tanto y tan bien: los chiquillos de ahora no tienen ni idea. Tan versados y remotos héroes escurren el bulto de sus muchos patinazos mediante la táctica de echar en cara a los demás hasta los imaginarios, aplicando coordenadas de entonces a situaciones de ahora; empleando su salvoconducto de jubilados en un presente que les mira con cara de usted qué pinta aquí.
Y luego está Aznar. José María Aznar es la Carmen Lomana de la política. Sale mucho en los papeles pero solo para que hagamos unas risas. Sus disparates y muecas de estadista enfurruñado confeccionan un catálogo de dichos y poses que solo tiene sentido si se disfruta con el teatro de histriones. Por desgracia, su partido se deja abroncar por este señor que aún no ha pedido disculpas por las mentiras más gordas que nos han contado a los españoles. Y mira que llevamos unas cuantas.
Aparte del inefable Rajoy, al que por fortuna no se le toma en serio ni corriendo, solo Zapatero guarda la compostura debida en un expresidente (Venezuela aparte) e incluso ha ido más allá: habría que estudiar su destacado papel en la dulce derrota de su partido -aumento de votos incluido- durante la última campaña. El que fuera buen gobernante sigue comportándose.
Hace años Felipe González calificó a los expresidentes de jarrones chinos porque decoran pero nadie sabe dónde colocarlos para que no estorben. Quizás sean más como una cacatúa que heredas de tu abuelo: no entiendes lo que dice y a poco que te descuides te deja la casa hecha una porquería.