14/09/2024
 Actualizado a 14/09/2024
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Algunas personas sentirán este título como una invitación a retomar la ansiada rutina; otras, sin embargo, la gritarán en su cabeza como si hubiese sido escrita entre exclamaciones, como una orden que no queda más remedio que aceptar por imperativo legal. Los estudiantes, la mayoría, se sitúan en este segundo grupo. Los adultos podrían sentirse más divididos. Los niños, sienten que se les encierra en una jaula sin más ni más.

Hay personas a las que el otoño y el regreso a la vida diaria de trabajo, estudio y café les sienta muy bien. Les gusta el frío, madrugar, cierto orden en los horarios, aprender, hacer cosas, avanzar mientras las hojas se van cayendo hasta desnudar por completo los árboles. Otros, los disfrutones, sentimos que la felicidad se escapa por la ventana con esa última brisa que aún en septiembre regala el verano. Yo, lo confieso, pertenezco a este segundo grupo.

Nunca me siento más viva que en agosto, con la luz del sol dorando la piel, sumergiéndome en el azul de una piscina o en las cristalinas, aunque frías, aguas gallegas, turquesas y mágicas. El verano es para vivirlo en absoluta plenitud, es la estación que mejor teje la memoria de nuestra vida, los grandes momentos, los que nos llevaremos cuando crucemos de orilla. Por supuesto, el invierno, el otoño y la primavera también tienen lo suyo, pero no son del todo nuestros. El Tiempo, su tiempo, tiene deudores. Así la vida. Nos quedan unos días para despedirnos, de nosotros depende hacerlo con templanza o sumirnos en una innecesaria tragedia.

Pero comprendo a quienes, como yo, sufren de melancolía cuando su luz se va apagando y también me identifico con aquellos que deben esforzarse por adaptarse a las próximas rutinas e inventan mil trucos para que la mudanza sea llevadera. Shakespeare fue claro: «El plazo del verano, un breve instante dura». Pero yo añadiría, «sí, pero qué instante, cómo sabe a eternidad».

 

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