La coincidencia de noticias, más que importantes, acerca del desastre de Valencia y la resurrección del monstruo norteamericano ha relegado todo lo relativo a la negociación sobre el futuro de la jornada laboral. También es cierto que una negociación tan prolongada y sin visos aparentes de acuerdo, como venía siendo ésta, acaba desplazando de los titulares, por importante que resulte el asunto, al más pintado. Sin embargo, algo se le puede añadir aún.
Por ejemplo, bueno es recordar que la regulación actual de la jornada laboral en 40 horas semanales viene de lejos, de muy lejos. En concreto de 1919 cuando la huelga de La Canadiense culminó con, entre otros éxitos, la implantación por ley de la jornada de ocho horas diarias. Más de un siglo en el que la historia ha cambiado y continúa cambiando bastante, lo suficiente al menos como para revisar aquella conquista del movimiento obrero. Bien es cierto que, vía convenios u otro tipo de acuerdos, determinadas empresas y determinados sectores se regulan hoy con un patrón menor, pero la ley sigue siendo la ley. De ahí que su evolución resulte más que oportuna, también por esto último, es decir, porque de hecho ya la evolución existe, aunque de modo desigual, algo que acaba provocando agravios. En fin, a nadie se le ocurre pensar que la España de hoy es la de principios del siglo XX. A nadie salvo a la gran organización empresarial, modelo de vanguardia social, que ya ha confirmado que eso, lo de evolucionar, no va con ellos. Va con los alemanes, parece ser, donde, por indicar otra muestra, se ha puesto a prueba la jornada laboral de 4 días a la semana y el resultado dice que el 73% de las empresas solicitan no volver a la pauta anterior. Algún provecho habrán observado.
Verdad es también que España no es Alemania. Quizá por eso las grandes empresas alemanas se movilizaron para frenar el voto ultra en las últimas elecciones europeas, mientras que por aquí, en cambio, un movimiento semejante ni se produjo ni se le espera.