Los amigos se nos van en fila india, como todos los seres humanos conocidos y queridos. Estamos de paso, pese a que nos resistamos a asumir tan ingrato destino. Le acaba de tocar recientemente la marcha a José Antonio Juárez Seoane ‘Jajus’, artista leonés, sin el cual (como ocurre también con otros nombres) el arte en nuestro ámbito, en las últimas décadas, no podría ser entendido.
Había nacido en León en 1966 y acaba de írsenos, sin haber llegado siquiera a la altura de los sesenta años. Cuántas cosas podríamos decir sobre la labor artística de ‘Jajus’. Pero, acaso, ahora mismo no sea el momento de trazar currículo alguno. Pero sí –y lo hacemos desde estas líneas– de pedir que, desde la sección de arte del Instituto Leonés de Cultura, se le organice una exposición para que la ciudadanía leonesa pueda conocer la labor creativa de un artista de verdad.
Nosotros, en su memoria, en memoria de José Antonio Juárez, vamos a transitar ahora por otros territorios, porque pueden dar alguna noticia de lo que fue nuestro artista astorgano, pues ha sido en Astorga donde ha residido y donde ha tenido un contexto humano familiar formado por sus hijas Jimena y Adriana, por Pili, a quienes guardamos gran afecto, así como por sus padres Victorina y Toño, a quienes no hemos tenido la oportunidad de conocer.
Y el primer campo que nos acude a la mente para ubicar la labor de ‘Jajus’ es el de la fraternidad de artistas. Una realidad que surge a partir del romanticismo, en varios ámbitos europeos y que tiene en la Hermandad Prerrafaelita (o Prerrafaelista, según se quiera), que desarrollara una labor importante y bien conocida en la Inglaterra decimonónica.
A través de ellas, muchos creadores compartieron sus visiones estéticas y sociales en proyectos de vida en común, así como sus inquietudes artísticas, desarrollando proyectos que han ido haciendo evolucionar el arte.
A José Antonio Juárez, lo hemos conocido y hemos convivido con él en dos proyectos colectivos que bien podríamos calificar como hermandades, como herencia de tales hermandades contemporáneas: en León, el proyecto de ‘land-art’ desarrollado en torno a la galería Tráfico de Arte, al cargo de Carlos de la Varga, así como El Apeadero, en Bercianos del Camino. Y, en la localidad salmantina de Herguijuela de la Sierra, el colectivo OMA (Arte-Otros medios) del que también formó parte.
Y, en esa visión fraternal y asociativa del arte, es donde hay que situar a José Antonio Juárez. Además de los dos proyectos indicados, hay que citar el tándem que, entre 1991 y 2009, creó con Jesús Palmero, que, con el nombre de Juárez & Palmero, realizó una labor creativa que también merecería una exposición para que la sociedad la conociera.
Pero, más allá de todo, siempre vimos a José Antonio Juárez investido por un halo de pureza, de inocencia, de humildad, de ser entregado a su vida, a sus seres queridos, a sus amigos artistas y a su creación, sin vanidad alguna, como viviendo y creando a ras de tierra. Siendo un moderno (licenciatura en bellas artes, práctica del arte conceptual, Joseph Beuys…), pero sin alardear nunca de nada.
Y esa pureza, esa inocencia, esa humildad, esa entrega a un azar del que trataba de extraer su creación, vinculando y resignificando, por ejemplo, un tornillo y unas palomillas, para crear un insecto volador, que, más allá de lo mecánico, nos llevaba a otros territorios…, todos esos rasgos son los que están y se perciben –además de otros varios– en la aventura creativa de José Antonio Juárez Seoane ‘Jajus’, que se nos acaba de marchar hacia ese territorio del misterio del que lo ignoramos todo
Por su existir, me sumo al brindis de ese artista que, para recordarlo, nos lo plasmaba con un pincel en la mano y con la siguiente leyenda: «José Antonio Juárez Seoane JAJUS ¡Al cielo con él!».
En su memoria, estas líneas.