Ya sabes que fue Pierre de Frédy, barón de Coubertin, quien ideó los Juegos Olímpicos modernos –lo comentábamos aquí mismo, sin ir más lejos, el pasado mes de julio, cuando arrancaban los de París 2024–, nacidos en Atenas en 1896. Y que se inspiró en los de la Antigua Grecia, de cuya primera edición se cumplen en este 2025 nada menos que 2800 años.
Más allá de la mitología, es comúnmente aceptado que fue en el 776 a.C., en la primera luna llena después del solsticio de verano, cuando arrancaron los Juegos Olímpicos de la Antigüedad. En aquella primera edición pasó a la historia Corebo de Élide, un panadero que participó como atleta en la única prueba de la que constaban –así fue durante los doce primeros Juegos; luego se fueron añadiendo pruebas, hasta dieciocho–, el ‘stadion’, una carrera de unos 192 metros –la distancia del estadio de Olimpia–, de la que resultó vencedor, convirtiéndose así en el primer campeón olímpico.
La denominación de los Juegos se debe al lugar en donde se llevaban a cabo: Olimpia, en donde se encontraba el santuario más emblemático dedicado a Zeus, el dios más importante del panteón griego. Allí se disputaron cada cuatro años –el periodo entre unos Juegos y los siguientes se denominaba olimpiada– a lo largo de casi doce siglos: la última edición –la número 293– tuvo lugar en el 393 d.C., siendo entonces prohibidos por el emperador romano Teodosio I, ya con el Cristianismo como religión oficial, como toda celebración pagana.
Los Juegos Olímpicos eran el acontecimiento más importante de la Antigua Grecia –llegaron a utilizarse como base para el calendario–, a donde llegaban atletas –varones griegos libres, que competían desnudos–, espectadores, jueces…, no solo de la Grecia continental, sino también de las islas, de Jonia o de la Magna Grecia. Prácticamente se paralizaba la vida pública, y se decretaba una tregua sagrada en la que no se permitían guerras y no se podía poner objeción alguna a nadie que se desplazara a los Juegos. Ahí es nada…