Las cosas os gustan hasta que dejan de gustaros. Aprovechando que Karla Sofía Gascón eligió nuestra bella ciudad de León para refugiarse del tornado que recorre su figura pública, y que lo hizo precisamente durante la celebración de la gala de los Goya –en la que fue la protagonista ausente–, conviene recordar que quienes ahora la echan a los pies de los caballos son los mismos que antes la loaban sin ningún tipo de mesura. Por ejemplo, algún ministro del gobierno del Estado español.
El problema, como siempre, es el quién, no el qué. No importa lo que se hace, sino quién lo lleva a cabo. Es decir, que, si en un momento determinado, a mi relato le viene bien que una mujer transexual sea reconocida por su trabajo como intérprete en una película (no sé, ‘Emilia Pérez’, de Jacques Audiard, por decir una), ensalzo su ser en su totalidad. No por determinada mirada, por la dicción o por la forma en que su rostro dota de vida al texto. Lo hago porque es una transexual y su mera existencia ‘representa’ algo que yo quiero transmitir a mi público.
Ahora bien, el siguiente paso es el rechazo absoluto a esa persona cuando hace o dice algo que no le conviene a mi relato. El juicio –porque la actividad social ha quedado reducida a un continuo proceso de juzgar– cambia las tornas con suma facilidad en función de las filias y las fobias. Si estuviésemos hablando de valoraciones en base a argumentos, cabría la posibilidad de establecer unos baremos, de hablar de méritos o deméritos, de abrir debates sobre la gravedad o no de los actos. Pero, finalmente, todo se reduce a una emoción básica, rústica: si una persona te cae bien o mal. Y esa sensación es inestable, endeble, cambiante por motivos absurdos.
Pienso siempre en el caso de Michel Houellebecq. Lo recuerdo en el escenario grande del FIB de Benicassim. O paseando el premio Leteo por San Marcos mientras Arrabal levantaba en brazos su chucho. El no va más del ser guay a ambos lados de los Pirineos. Ya había cosas en ‘Plataforma’ que eran incómodas, pero cómo se lee con una atención ‘ligera’, tampoco os enterabais (u os queríais enterar). Pero luego llego ‘Sumisión’, sus críticas al salvajismo islamista, sus declaraciones, sus vídeos con putas… Y ahí ya pasó a ser un tipo asqueroso (no en el sentido de su aspecto físico, lógicamente afectado por el transcurso del tiempo y el tabaquismo inmoderado), sino por lo que representaba. Problemas de los maximalismos: ni Houellebecq ni Karla Sofía eran antes tan de puta madre, ni ahora son tan horror.