Creo que las recomendaciones que ha hecho esta semana la Comisión Europea, para que dispongamos de un kit de supervivencia en nuestras casas, ante un hipotético ataque exterior, es algo exagerado que puede inducir a un pánico innecesario. Si es cuestión de aguantar en casa dos o tres días, pues con pocas cosas se hace, si al menos sigue saliendo agua del grifo, pero si pensamos en que eso se prolongue más tiempo, no creo que sea fácil determinar qué es lo que hay que acaparar y para cuánto tiempo. Pero dicho esto, no soy yo quién para llevar la contraria en este tema a las autoridades que nos gobiernan, que seguramente se equivocarán en sus predicciones, pero sin duda tendrán más elementos de juicio por tomar decisiones y recomendaciones a la ciudadanía.
Como hombre del campo, tengo que decir que en nuestros pueblos esto está solucionado, al menos en lo que respecta a la alimentación, y no me refiero a que lo produzcamos, porque en muchas casas lo único que se produce es maíz, me refiero a que lo hemos comprado y lo almacenamos en nuestros arcones congeladores, y en cantidad suficiente para pasar varias semanas, seguramente. En los pueblos de montaña, ante la duda de que no llegue el panadero, que siempre llega –antes falla el médico que el panadero–, pocas familias habrá que no tengan congelada una hogaza de pan para «por si a caso». Lo del agua en los pueblos, malo será que no podamos salir al caño. Y lo de la luz, que es también una primera necesidad, y que como estamos viendo con Ucrania los centros de transformación son un lugar predilecto de los que tiran bombas, tendríamos que tener todos un generador y unas latas de gasolina, algo factible para nosotros, pero esto de tener generadores es una cosa muy americana –lo digo por las películas– que aquí todavía no ha llegado. Hace años, cuando la luz faltaba en los pueblos un día sí y otro también, sobre todo los días de tormenta, en todas las casas había velas para un arreglo y había linternas con pilas que nunca funcionaban cuando se necesitaban.