En la medida en que nada de lo humano nos es ajeno –como bien intuyó Terencio– y participamos de lo bueno y de lo malo de nuestros semejantes, uno puede escribir de casi todo sin que sea necesaria la experiencia de haberlo vivido casi todo. Digo casi todo, porque se me antoja complicado describir la confortable calidez, el empacho de un cocido, los jugos gástricos, mientras la lluvia golpea en los cristales, si nunca has untado el pan con tocino, al igual que imagino imposible, salvo que se haga de segunda mano, de prestado, escribir el fragor de una batalla –el relincho, el miedo que precede, el frío del acero, el tajo, el olor de la sangre, el ruido de un cráneo al aplastarlo, lo absurdo, el animal, la muerte a sus anchas– por ser un extremo tan extraordinario que sitúa los sentidos en los vértices.
No son pocos los escritores que también han sido soldados. Destacan entre ellos Esquilo en Maratón, Cervantes en Lepanto –«la más alta ocasión que vieron los siglos», cuyo 450 aniversario ha pasado sin pena ni gloria», y Dante en Campaldino. Detengámonos ahora en este valle entre Florencia y Arezzo. En las batallas medievales italianas, la primera línea la formaban los llamados ‘feditori’, los encargados de herir, que eran quienes abrían la carga contra el enemigo o la recibían. Según cuenta Villani en su crónica sobre Campaldino, al escasear los voluntarios para ocupar ese primer embiste, por cada barrio se encargó a un capitán que eligiera quiénes serían sus ‘feditori’. Vieri di Cerchi, capitán del barrio de porta San Piero se eligió a sí mismo, a sus hijos y a sus sobrinos. Decisión que sorprendió. «Por su buen ejemplo y por vergüenza, muchos otros ciudadanos nobles se ofrecieron voluntarios».
Es importante dar ejemplo. La ejemplaridad debería ser un requisito incuestionable en todo capitán, dirigente, alto cargo. Sin embargo, lo estoy escribiendo y me da la risa. Este es el nivel al que hemos caído como comunidad política. He llegado al pensamiento de enfrentamientos y combates al leer estos días las noticias sobre las negociaciones para elegir a los nuevos jueces y tribunos, porque algo tienen de campo de batalla, al menos parece que hay dos bandos enemigos. Sin embargo, carece de toda ejemplaridad el mercadeo de asientos y me temo que los elegidos. Ahí los quisiera ver yo, asomando cabeza, levantado mano, si el honor fuera ser la punta de lanza en una batalla auténtica.
Y la semana que viene, hablaremos de León.
La batalla
20/10/2021
Actualizado a
20/10/2021
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