A principios de año prometimos que en algún momento aludiríamos a lo que el papa Francisco decía en su Mensaje sobre la Paz. Habló él allí de la buena política como forma eminente de caridad y de quienes están llamados a echar sobre sus hombros (es sinécdoque; la echan sobre toda su vida, personal y familiar) la noble tarea de hacer política.
En este día de elecciones a Cortes Generales, que, por otra parte, se anuncian como importantísimas para el futuro de nuestra España, uno se va a liar la manta y a arriesgarse, con satisfacción, a reivindicar la dignidad y la grandeza de quienes asumen el oficio de ser políticos cuando no soplan buenos vientos para su honra y su fama. Me sé bien que, hoy por hoy, no es políticamente muy correcto pronunciar elogios públicos de quienes se han echado a un monte donde la recolección de abundante orégano parece fácil, rápida y rentable.
Lo defiendo con convicción, no por ingenuidad ni buenismo: el oficio de ser político es de los más honorables que un humano puede hacer suyo, porque, con cita implícita del Evangelio, el que lo abraza no va a ser servido, sino a servir. Y no me venga el listillo, o sea, el malicioso, con que a la política se va de figurón, a medrar o a meter la mano en la saca. Que no. Que haberlos haylos, cierto. Pero así como será una tremenda injusticia hacer al cura sinónimo de pederasta, al comerciante de ladrón y al policía de sádico, lo es igualmente aplicar al político el epíteto de corrupto. Levanto, pues, mi vaso humilde de vino peleón para brindar por esos centenares de mujeres y hombres que hoy ven sus retratos en el escaparate electoral como si de un atípico mercado de abastos se tratara. Les deseo lo mejor. Por ellos, que no sobran las compensaciones humanas, y por nosotros, que algún bien nos sobrevendrá si su gestión es acertada. Hago mío el párrafo del Concilio Vaticano II en que se aplaude y anima a quienes se consagran a la cosa pública y aceptan las cargas del oficio (cf. GS 75) y firmo las bienaventuranzas del político que el papa Francisco nos regaló en el mensaje citado antes, tomadas del heroico y difunto cardenal vietnamita Van Thuan: dichoso el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel, que refleja credibilidad, que trabaja por el bien común y no por su propio interés, que permanece fielmente coherente, que crea buen clima en su entorno, que sabe escuchar, que se desvive por los demás… Adelante y sin miedo. Y que no falten la decencia, el esfuerzo y la suerte.
La buena política
28/04/2019
Actualizado a
13/09/2019
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