El 1 de julio de 1937 el episcopado español publicó, como el más famoso de sus documentos, una carta colectiva sobre el sentido de la guerra civil en curso.
Había sido redactada por el cardenal primado Isidro Gomá y Tomás, arzobispo de Toledo, con algunos retoques de Pla i Deniel, entonces obispo de Salamanca, y de Eijo Garay, obispo de Madrid-Alcalá. Aunquecasi todos los obispos españoles se habían decantado ya públicamente en favor de los insurrectos, contrariaba mucho a Franco, como defensor de la Iglesia, la crítica que le hacía un vasto sector del catolicismo europeo. Eran conocidas las ejecuciones de sacerdotes vascos por los sublevados y las noticias sobre la sangrienta represión en las zonas que éstos iban conquistando. Ello era motivo de protesta y disgusto, como la hizo y sufrió el obispo de León José Álvarez Miranda. Por pedir el indulto para condenados a muerte, fue multado con 10.000 pesetas, muriendo cuatro meses después. En aquellos momentos la resistencia vasca a los insurrectos planteaba un problema militar, pues retenía en el frente-norte unas divisiones que hacían mucha falta para tomar Madrid, pero a la vez era perjudicial propagandísticamente, pues desautorizaba el esquema simplista de una lucha entre católicos y bolcheviques, o entre Dios y el diablo.
El 10 de mayo Franco había pedido a Gomá que publicara un escrito dirigido al episcopado de todo el mundo. En principio, Gomá se haba resistido, pero puso manos a la obra cuando el Generalísimo le pidió que este documento sería destinado a los obispos de todo el mundo y, a través de ellos, a la opinión católica internacional. Franco se quejaba amargamente de la hostilidad de la prensa católica adversa al Movimiento, y en especial la repugnancia de muchos católicos extranjeros (Maritain o Bernanós, por ejemplo) al carácter de cruzada que tanto los obispos como los generales estaban dando a la contienda.
Muchos alaban o critican la carta colectiva sin haberla leído. Como afirma Hilari Raguer (vid. ‘La pólvora y el incienso’), la carta no declara que la Guerra Civil sea un cruzada, sino que expresamente dice que no lo es: «Siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de la humanidad, es a veces el remedio heroico, único para centrar las cosas en el quicio de la justicia. Por esto la Iglesia, aun siendo hija del príncipe de la paz, bendice los emblemas de la guerra, ha fundado órdenes militares y ha organizado cruzadas contra los enemigos de la fe. No es nuestro caso. La iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó». Gomá califica su escrito como «plebiscito armado».
La carta colectiva episcopal tiene ciertas concomitancias con el discurso que tres años antes había pronunciado Hitler para recabar los poderes absolutos y poner fin a la República de Weimar. Si el Caudillo y el Führer vencen, el país volverá a ser lo que era en un tiempo pasado ideal: apelación a los supremos valores de orden, armonía y verdad a los que se contraponen la anarquía, la ruina y la falsedad de los enemigos mortales salidos del infierno para destruir la Patria. La situación política de Alemania y de España en los años treinta es vista, pues, como un grave peligro de revolución comunista.
La mayoría de los prelados firmaron la carta. En total 43 obispos y 5 vicarios capitulares. Cinco de ellos no la firmaron: Torres Vivas, obispo de Menorca; el cardenal Segura; Javier Irastorza, obispo de Orihuela-Alicante; Mateo Múgica, obispo de Vitoria; y Vidal i Barraquer, cardenal arzobispo de Tarragona.

La carta colectiva episcopal
30/01/2022
Actualizado a
30/01/2022
Comentarios
Guardar
Lo más leído