26/04/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Ahora que se estila exigir disculpas por conquistas y reconquistas ancestrales, quise imaginar que a alguien se le ocurriría aprovechar la campaña electoral, además de para pregonar sus proyectos de repoblación de las zonas rurales, para disculparse con aquellos que fueron desterrados sin piedad, de sus pueblos. Si por empatía torera, alguno imaginaría lo que sintieron esas gentes al ver, espantando las lágrimas a manotazos, cómo cerraban la escuela del pueblo porque media docena de niños no justificaban aquel gasto. O cómo al consultorio médico le salían patas y cada vez se alejaba más del pueblo, cerrando uno tras otro, que tampoco eran rentables para un reúma y cuatro catarros. O cómo amortajaban a la mina viva, taponando su boca para que no gritara… Porque así perdieron la batalla que libraron desarmados, envolvieron las penas en mantas, echaron el cerrojo, cedieron sus campos a las zarzas, se arrancaron las raíces como pudieron y emigraron en su propia tierra, con las manos vacías, buscando para sus hijos la escuela y el médico que les quitaron.

Imagino a esa gente ahora, víctimas y testigos mudos de aquel desfalco, oyendo que su pueblo va a ser rescatado. Ellas, con las manos recogidas en el regazo y un fugaz destello en los ojos, creyendo por un momento en la resurrección de los muertos. Ellos, más escépticos, apoyando todo el peso de su vida sobre un bastón, murmurando con sabia ironía «Muerto el burro, la cebada al rabo». Y soportan con esa resignación suya el aluvión de promesas electorales y futuribles proyectos de humo, de señoritos de despacho y asfalto, de sueldo y 'sobre-sueldo' fácil, erigiéndose cada uno de ellos en el más ‘pueblerino’ de todos, tomando chatos en la tasca, buscando el tractor del abuelo para la foto y echándose las manos a la cabeza, al grito de «esto hay que arreglarlo».

Una, que se ilusiona fácil, ya ve brotes verdes en los campos del abuelo, convertidos en vergeles cuajados de turistas retozando y haciendo senderismo. Y si el día se tuerce y caen cuatro gotas, podrán cobijarse en el museo minero más cercano o en los polideportivos, hechos cuando en los pueblos quedaban sólo viejos. Lo de las vacas tiene buen arreglo, con un par de ejemplares en cada zoo, una pinta y otra parda, los niños recordarán cómo era la especie.

Y para plantar patatas, siempre nos quedará el tramo de autovía León-Benavente, apto para tractores, que es una ventaja.
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