A las manifestaciones contra el cambio climático, con el liderazgo de Greta Thunberg, mediáticamente omnipresente como icono de este tiempo, pero un icono cargado de razón, se le ha sumado esta semana la protesta de la España vaciada, que es un término más exacto y quizás más crítico que la España vacía, ese que acuñó hace no mucho tiempo el escritor Sergio del Molino. Ignoro si los paros y manifestaciones que hemos visto estos días en más de veinte provincias de este país van a continuar en el futuro, si son, como pasa con las protestas globales sobre el cambio climático y el calentamiento global, el inicio de una tendencia, el comienzo de una actitud ciudadana que no se va a quedar en una mera acción puntual. No faltarían razones, evidentemente, para convertir la despoblación, el empobrecimiento, el abandono y el envejecimiento del mundo rural en uno de los grandes temas de debate, y, mucho más, en plena campaña electoral. Son razones tan obvias como las del cambio climático, y, sin embargo, tanto unas como otras no solían aparecer en las primeras líneas de los programas electorales.
Hoy sabemos que el reto climático y el reto demográfico resultan tan importantes para este país, y no digamos para esta comunidad, que no hay nada en la agenda política que ni siquiera se les pueda comparar. No tener previstas medidas y estrategias para combatir algo de tanta gravedad como es el calentamiento global, la emergencia climática y la despoblación que, a este paso, nos hará desaparecer, invalida de inmediato cualquier acción política. Nada que se haga, en realidad, puede obviar estos graves asuntos.
Como las protestas contra la despoblación se hacen en pueblos y lugares donde, precisamente, este factor se ha agudizado, no cabe contar con manifestaciones multitudinarias. Pero hay que reconocer que muchos han arrimado el hombro, han visibilizado el problema, que, como es natural, también se va a escenificar activamente en las ciudades. Igual que los pensionistas han convertido todo el territorio español en un lugar de protesta itinerante, pues a todos afecta, el asunto del abandono y el vaciado rural es también estructural, no sólo cosa de las Castillas, o de León, o de Teruel, o de Extremadura, pongamos por caso. Hoy todo afecta a todo, todo tiene relación con todo. Porque las ciudades también tienen mucho que decir en todo esto. Madrid, como dijo alguien en una tertulia televisiva esta misma semana, actúa como un potente succionador de población rural. Y no sólo rural, claro. No es nada nuevo, lo sabemos bien, pero cada vez sucede con más fuerza. Y aunque es obvio que Madrid ofrece más posibilidades, si del territorio español hablamos (muchos, ni siquiera en Madrid se han detenido, y han buscado mucho más lejos), lo cierto es que la ciudad va extendiendo cada vez más sus tentáculos, aunque aún sea pequeña comparada con otras ciudades europeas, originando importantes bolsas de desigualdad, sobre todo a partir de la crisis, un aluvión de empleos temporales, y ello combinado con un deterioro propio, en el que destaca por encima de todo la contaminación.
Algo parecido ocurre en el corredor Mediterráneo, y, especialmente, en Barcelona. Nadie va a cambiar de la noche a la mañana este poder succionador de las grandes ciudades sobre los pequeñas y sobre el mundo rural. Ni siquiera la alarma climática o la polución desatada que a lo largo del año ataca particularmente a estas urbes (ahí está la boina de Madrid, cuando escasean las lluvias).
Una vida sostenible pasa por hacer más habitable el campo, pero habitable con medios y con tecnología, no sólo como un entorno bucólico que nos libraría de los atascos y de la contaminación de las grandes ciudades. Si no hay posibilidades, si no hay trabajo, si no existe un buen acceso a las comunicaciones viarias o una buena calidad de internet de banda ancha, entre otras cosas, la gente no tendrá otro remedio que seguir respirando aire viciado, sufrir atascos y pelear con las graves incomodidades de las urbes atestadas. Antes eso que no tener con qué vivir. El campo ya tiene paisaje y silencio (quizás demasiado): lo que le falta son otras cosas, justo en las que hay que invertir para revertir la situación.
Es posible que las protestas de la España vaciada sean aún tímidas. El problema lleva décadas enquistado, pero sé, porque lo conozco bien, que la gente del mundo rural tiene una paciencia infinita, y que se queja muchísimo menos de lo que debería. Sin embargo, hay varios factores que impiden seguir con esa actitud de resignación y paciencia que nos caracteriza. La despoblación de un buen número de provincias de España no es un asunto separado, quiero decir, no se puede entender sin combinarlo, precisamente, con la emergencia climática, la contaminación galopante, el abandono de algunas prácticas de producción y consumo tradicionales o locales, la falta de recursos y a veces de agua (ese problema, además, lleva camino de agravarse), y, todo ello, unido al envejecimiento de la población que ya no puede sostener la actividad, que dedica el tiempo a caminar por los senderos, o, en invierno, a parapetarse tras las ventanas, con la televisión puesta, mientras, si la salud no lo impide, acompañan a hijos y nietos a una estación de tren para despedirlos, a buen seguro, por un largo tiempo.
Y los jóvenes volverán, para las fiestas patronales (si aún se celebran), o para la comida de Navidad, sin que de su huella joven y bien preparada quede allí un solo recuerdo. Nadie se preocupó nunca de retener su talento ni su entusiasmo.
Como el tiempo para reaccionar es cada vez menor, quisiera creer que por fin vamos a asistir a una verdadera implicación en favor del mundo rural y a favor de la vida sostenible. Puede que ya sea tarde. Como sucede con el cambio climático, que va en el mismo paquete, hemos dejado que las cosas se nos fueran de las manos, y aún hay líderes mundiales que siguen con sus prácticas escépticas o dilatorias. Sin embargo, ya no se puede marear más la perdiz. No sé cómo van las medidas que piensan poner en marcha desde el Comisionado del Gobierno para el Reto Demográfico, cuya creación se proclamó en su día con tanto énfasis, pero lo que es evidente es que no puede depender de las acciones que se tomen desde el propio medio rural, debilitado y con muy escasos recursos.
Tiene que ser una política activa, estructural, integral y tecnológica, que combine el atractivo del campo con el desarrollo sostenible e inteligente. Se acabó el tiempo de los discursos y de las grandes palabras: sólo vale ya la acción.
La España vaciada: no más discursos
07/10/2019
Actualizado a
07/10/2019
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