12/02/2020
 Actualizado a 12/02/2020
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La ley por sí sola no basta». Es frase lapidaria de Pedro Sánchez ‘Perogrullo’, doctor en ostentosas vacuidades, ejemplo de fatuidad irrebatible. Porque vamos a ver, en la vida, ¿hay algo que por sí solo baste? Nada se basta a sí mismo para existir, todo necesita de algo, ya sea por su origen, su finalidad o su permanencia. La ley necesita de la política, la política de la ley. Así que tampoco «la política por sí sola basta»; es otra obviedad. Incluso más obvia, porque la ley tiene una estabilidad que va más allá de las veleidades políticas.

Frase trucada y truncada, porque le falta el «para qué». «La ley no basta»... ¿para qué? Lo importante es el para qué, que no se dice. Hay que imaginarlo, suponerlo. Es un recurso eficaz: no decir lo que se quiere decir para que nadie sepa bien lo que se dice. Vaciar el lenguaje de sentido para que pueda significar cualquier cosa, según convenga.

Porque lo que se quiere decir es que la ley es insuficiente para impedir la independencia y que, por tanto, mejor no aplicarla. Es esto lo que se quiere legitimar: el no aplicar la ley, transigir con su incumplimiento. Claro que la ley es insuficiente, no sólo para impedir la independencia, sino para impedir cualquier otra cosa. La ley no puede acabar con la delincuencia, el narcotráfico, el asesinato, el fraude, la pobreza, la explotación. ¿Es por eso innecesaria?

Lo increíble es que quienes intentan legislar e imponer los sentimientos, las ideas, los impulsos, la sexualidad (ley de violencia de género, de memoria histórica, contra el franquismo, ley de libertades sexuales, etc.), estos mismos nos dicen que en lo tocante al independentismo no hay que legislar, ni aplicar las leyes, porque los sentimientos, la voluntad del pueblo catalán (el separatista, claro, no el otro) está por encima de la ley.

La medicina no basta para tener buena salud, ni siquiera para curar. Ni la policía ni las multas bastan para evitar las muertes en carretera. Ni siquiera los semáforos, ni la ITV. La lluvia no basta para que broten los trigales, ni bastan las nubes para que llueva. Ni siquiera ser necio basta para llegar a ser presidente de Gobierno. Toda la ciencia se basa en saber que existen condiciones necesarias y causas suficientes, aunque no sea fácil distinguirlas.

Lo que se busca es confundir, desconcertar, aturdir al contrario. Como echar humo en una colmena. Todas las consignas están ideadas para conseguirlo. En esto los separatistas han sido muy eficaces. Ahí están el «España nos roba» y el «derecho a decidir». Basta con repetirlas hasta la náusea. Nunca explicarlas. Nunca aclarar su contenido ni su sentido. Así repite ahora Sánchez, que nada ha inventado: «Hay que devolver a la política un conflicto político». «Retomar la senda de la política, dejando atrás la judicialización del conflicto». «La política es la única vía posible». ¿La única? ¿La sedición y la rebelión no son más que un «conflicto político»? ¿Y para «desjudicializar», no hay que «politizar» a los jueces?

¿Qué se quiere conseguir para lo cual estorba la ley, la justicia, e incluso la política? Porque cuando hablan de política, sólo se refieren a la suya. Lo que hacen los demás no es política, es crispación, fascismo, ultra ultraderecha. Si el objetivo es ceder, aceptar aquello que los separatistas quieren, la independencia, ¿para qué tanto rodeo? Vean lo que dice Batet, tercera autoridad del Estado, partidaria del referéndum: «Si hay más de dos millones de personas en Cataluña que no reconocen como suyo ese marco constitucional, pretender imponerlo no nos va conducir a ninguna solución».

¡Qué fácil! Digo que no acepto el marco constitucional, me pido la independencia y ¡hala!, independencia a la carta. ¿Y qué hacemos con el otro 70% de catalanes que sí quieren el marco constitucional y no aceptan la independencia? ¿Y con el resto de españoles? ¿Les damos a todos con el marco independentista en las narices?

Este discurso claudicante va calando. Hasta Ana Rosa llegó a decirle a Abascal: «algo habrá que hacer con esos dos millones»... No estuvo ágil Abascal para contestar que el problema no eran esos dizque dos millones, sino los 45 restantes, o los 40, o los que sean, que parece que no interesa ni saberlo. A la minoría separatista y antidemócrata se la tiene que contentar; al resto, despreciar y pisotear. Y quien no lo acepte, facha, franquista. ¿Hasta cuándo?
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