13/06/2024
 Actualizado a 13/06/2024
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La semana pasada dejamos el asunto de la calle Ancha (‘el Tontódomo’), a medias, puesto que nos ocupamos de él sólo por las mañanas. Por la tarde, sobre todo en los meses que en León hace buen tiempo, la cosa es mucho peor, ¡dónde va a parar! Por las tardes la gente lucha como vietnamitas para conseguir un asiento dónde aposentar sus culos para disfrutar de una cerveza con una tapa prefabricada y, sobre todo, para ver y ser visto. Allí puedes encontrarte desde al político más relumbrón del pueblo hasta los representantes más sobresalientes de la vieja burguesía o de la nueva (no hay diferencias apreciables), marcianos hartos de dar patadas por las calles (tienen que ver todo en un tiempo récord y eso agota a cualquiera), señoronas talluditas hablando de sus cuitas intranscendentes con perros que de perros sólo tienen el nombre o a curas del cabildo catedralicio que añoran los tiempos en que los invitaban a chocolate con churros en las casas más linajudas de la capital… Un desastre, vamos; porque el caso es que ocupan tres cuartas partes de la calle, dejando a los peatones un espacio ridículo para andar, corriendo siempre el riesgo real de colisionar con otro peatón.

Lo fetén para esta gente, como dije antes, es que la vean y poder ver ellos. Criticar une mucho, ¡por supuesto!, y vale más que una medalla olímpica o que una copa de Europa. Este estigma es natural en las sociedades cerradas en si mismas, en las que no ven más allá de sus narices. El pobre Leopoldo Alas, alias Clarín, lo reflejó como nadie en ‘La Regenta’, seguramente la segunda novela más importante en la historia de España después del ‘Quijote’. Nada ha cambiado en los ciento cincuenta años que han pasado desde su publicación. La sociedad que refleja es la misma que la de hoy, por lo menos en León, que es lo que me preocupa. Y el mejor ejemplo, cree uno, es la flora y la fauna que te encuentras en el ‘Tontódromo’ cualquier tarde de la primavera o del verano leonés...

Recién celebradas las votaciones para elegir el Parlamento Europeo, ese engendro mal parido, los distintos líderes de los partidos (menos una), han salido en tromba celebrando los resultados. Como en todas las elecciones, parece que ninguno pierde, que todos ganan, lo cual es imposible, lo mires por dónde lo mires. Ganar perdiendo es algo digno de estudio por los filósofos o por los antropólogos, porque es como cuadrar un círculo. A uno, por supuesto, se la trae bien floja como queden los resultados porque me parecen un engaña-bobos. Lo que no me parece baladí, sin embargo, son las razones que utilizan la gente que conozco (y que quiero), para justificar su voto.

El domingo, en el cigarro de después del café, una chica de mi pueblo a la que quiero como a una hija, va y me dice que ella ejerce su derecho porque «mucha gente murió para que ella pudiera votar». Es una exageración, por supuesto, ya que si aquellos que murieron por conseguir el sufragio universal levantasen la cabeza, seguramente volverían a enterrarse dándose cuenta de que votar se ha convertido esta pantomima. Ellos, luchaban por cambiar la sociedad, volverla mejor, más justa e igualitaria. Estos zampones que nos gobiernan sólo buscan su propio interés, olvidándose de aquellas justas intenciones. Nunca en la historia de España ha venido más a cuento la célebre frase de Orwell en su libro ‘Rebelión en la granja’: «Todos somos iguales pero unos somos más iguales que otros».

Otro amigo, compañero de batallas crucigramísticas, del Real Madrid y de los Dallas Mavericks (o sea, fan encarnizado de lo que uno más aborrece), fue más allá cuando me dijo aquello de «yo no voto para que ganen los míos, si no para que no ganen los otros». Esta afirmación tiene más peligro que un Miura en San Fermín, porque da por sentado que los ‘tuyos’ son malos con cojones y que sólo los votas para prevenir un gobierno peor. Si los ‘tuyos’ (sean quienes sean) sólo son el mal menor, mal vamos, camarada. Me apena que las cosas hayan llegado a estos extremos de intolerancia por parte de la derecha y de la izquierda, porque si no puedes dialogar con alguien que piense destinto a como lo haces tú, es que no quedan esperanzas en la sociedad en la que vivimos.

Será, seguramente, porque esta gente (los políticos), es igual de tolai qué la que se sienta en las terrazas del ‘Tontódromo’ una tarde de la canícula leonesa: palmeros que buscan el aplauso, gente acomplejada que sólo quiere que le doren la píldora, apararentadores de la nada… Porque, seamos serios, lo de buscar soluciones a los problemas que nos atañen, y que no nos dejan vivir, no se les da nada bien, mayormente porque no intentan siquiera pensar en ellos. Quieren, en fin, engordar la faltriquera.

Se parecen a una que conozco y que no pierde ripio a la hora de sentarse, un día sí y otro también, en la terraza del ‘Victoria’ para poner pingando a todo el que pasa a su lado… Salud y anarquía.

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