07/11/2024
 Actualizado a 07/11/2024
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Pues resulta que el bar del pueblo estuvo cerrado trece días porque se acometieron unas obras para mejorar su acceso; la faena, promovida por la Junta Vecinal y subvencionada por la Junta, fue efectuada por una cuadrilla de marroquíes. Pero no se concluyó del todo en ese tiempo: faltaba por poner una barandilla para que no nos ‘esnafráramos’ al subir la escalera o la rampa. Esta pega se solucionó el pasado día 1 de noviembre, Día de Todos los Santos y fiesta nacional. Lo hicieron dos autónomos, uno rumano o búlgaro (no lo pregunté, pero da igual), y un dominicano. Uno, que trabajó durante muchos años todos los feriados habidos y por haber, sabe lo que jode pencar mientras el resto de los mortales se divierten: no mola nada de nada. Imaginaos lo que debió ser para esos dos cuitados currar sin descanso mientras la gente entraba y salía sin cesar del ‘abrevadero antisoledad’ que es un bar de pueblo. Lo increíble del asunto es que toda la obra la hicieron gente que no es española de nacencia. Muchos nos preguntamos qué fue de los albañiles, de los fontaneros, de los electricistas ‘nacionales’ que antes había en casi todos los pueblos de la provincia; nos preguntamos porque nuestros hijos o nuestros nietos no escogen estos oficios, cuando, además, hoy en día son tan demandados y tan bien remunerados. En toda la comarca del Condado, hay tres albañiles españoles que trabajan solos..., con lo que sólo pueden acometer ‘chapuzas’. El albañil que se está comiendo la tostada es un marroquí que vive en Ambasaguas y que tiene una lista de espera que ya la quisiera para sí el mejor cardiólogo de la capital. Además, los curritos de todas las cuadras que quedan funcionando, desde Vegas hasta Santibáñez, son todos de la misma nacionalidad, súbditos del Rey de los bereberes. Menos mal que sus hijos, como un Lamine Yamal cualquiera, son más españoles que un servidor, porque nacieron aquí y llevan con orgullo su nacionalidad. Que rezan a otro Dios distinto del nuestro, ¿y qué? Uno puede ser musulmán y querer a España tanto o más que los que tienen ocho apellidos que acaben en ‘ez’. El asunto molar es que, desde un tiempo a esta parte, los españoles que tienen ese apellido acabado en ‘ez’ huyen como posesos de unos trabajos que antes eran considerados dignos y se consuelan cobrando el paro o las prestaciones sociales del gobierno de turno. Baudelaire, el escritor padre del simbolismo francés, escribió una frase que luego ha sido robada muchas veces por un montón de juntaletras de toda ideología y condición: «el mejor truco del diablo fue convencer al mundo que no existía». La frase tiene enjundia, pero, al final, es bien simple: la mejor forma de vivir tranquilo es obviar la realidad. Y es lo que nos está pasado en España desde hace... demasiado tiempo. Si el demonio no existe, demos rienda suelta a todas las necedades que podamos cometer, porque, al final, ¿qué más da? Quede claro que uno, que estudió en un colegio de curas o asimilados, está más que harto de oír todas las catástrofes que podían ocurrirme si no cumplía a rajatabla los diez mandamientos: al final, todo se reducía a que, de no hacerlo, me esperaban las calderas de Pedro Botero, donde iba a hacer compañía, ¡durante toda la eternidad!, a gente como Hitler, Stalin o Churchill, verdaderos hijos de puta que habían hecho las mayores ignominias imaginables en su asquerosa vida. Volvamos a surco, chaval, que te esnortas... Digo que vivimos de espaldas a la realidad porque nos hemos vuelto cómodos, vanidosos y arrogantes. Queremos vivir como Dios sin dar un palo al agua; es un objetivo emocionante, incluso atrevido. Pero es mentira. En una sociedad donde el liberalismo ha triunfado absolutamente, o te subes al barco trabajando como un animal, convirtiéndote en un esclavo, o te recluyes en una de las cuevas del Valle del Silencio y te dedicas a orar y a comer hierbas: no hay más opciones. Además, los españoles hemos olvidado que, durante centurias completas, nos buscábamos la vida en países lejanos donde nos miraban de la misma manera que nosotros miramos ahora a los que han venido al nuestro a buscarse la vida. Y dónde nos obligaban a escoger los mismos trabajos que ahora hacen ellos en el nuestro. Un puto desastre. La única oportunidad que tenemos de que esta gente no se vuelva contra nosotros (como sucede en Francia, en Alemania o en Bélgica), es integrarlos totalmente en la sociedad, conseguir que sus hijos sean todos como Lamine Yamal o Nico Williams; conseguir que les entusiasme leer ‘El Quijote’ o ‘La Regenta’; que se enamoren de Federico García Lorca o de los hermanos Machado. Si no lo logramos, cinca de mano.

Salud y anarquía.

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