Avaaz es una red global de 70 millones de personas que trabaja para generalizar que las opiniones y valores de la gente moderen los procesos de toma de decisiones a nivel mundial. Me uno a ella y agrego mi opinión al texto que, respecto a Donald Trump, acabo de recibir de esta red global.
¿Hay quién ose plantarle cara al recién entronizado y delincuente mandamás de los Estados Unidos en su intención de expulsar del país a millones de inmigrantes, pero con muchos años de asentamiento en él, trabajando y pagando rigurosamente los impuestos?
Pues, sí lo hay. La obispa estadounidense Mariaan Edgar Budde le ha plantado cara a Trump con muy buenas palabras durante un sermón en la Catedral Nacional de Washington. Como consecuencia de su discurso pidiéndole al presidente Trump compasión para quienes en la actualidad tienen miedo de ser repatriados a sus países de origen, la obispa ha recibido fuertes críticas, incluso amenazas de muerte.
Pensando en ello, se me ocurre establecer una comparación. Si la intención de Trump se lleva a efecto contra los inmigrantes, me recuerda, mutatis mutandis, muy sucintamente lo realizado a los judíos a lo largo de la historia de la humanidad. El antisemitismo ya se produjo en España durante el reinado de los Reyes Católicos. Los judíos sufrieron más tarde los pogromos en Rusia, Bielorrusia y Polonia y holocausto durante el nazismo. Bien es verdad que hoy en día la ortodoxia judía de Israel está dejando un tanto livianos a sus perseguidores antisemitas de antaño con su genocidio en Gaza.
Fuera de Budde, nadie parece dispuesto a plantarle cara al prepotente Trump después de que firmase esa serie de políticas que atacan a las personas migrantes como colectivo LGTBIQ+. Pero, como queda dicho, la obispa aprovechó el servicio religioso de la jornada inaugural de Trump para pedirle que se apiadase de las personas de todo el país que, tras su vuelta al poder, temen por su vida y la de sus hijos. Ello ha supuesto para la obispa ser blanco de la furia verbal de Trump.
La Casa Blanca sostiene que Budde politizó su sermón y debería disculparse por ello al presidente por las supuestas mentiras que dijo en defensa de los inmigrantes. Sin embargo, al pedir clemencia para los millones de esas personas que hoy se sienten amenazadas, la obispa habló con humildad, sin palabras gruesas y con debido respeto. Su discurso no fue político sino eminentemente humano como súplica de compasión y conmiseración con los más pobres.
Por lo tanto, en mi opinión, la obispa Budde no tiene nada de qué disculparse, ni pedir escusas o perdón. Todo lo contrario. Por imperfecta que sea, hemos de pensar que todavía Estados Unidos es una democracia y no debería castigarse a los críticos contra ciertas medidas discriminatorias de quien ostenta el poderío de la misma.
Es simbólico que la obispa se haya dirigido a Donald Trump desde el mismo púlpito donde Martín Luther King pronunció su famoso y último sermón. Igual que aquel himno por la justicia, la petición de misericordia de la obispa debería tocar a todos y a todas estadounidenses. La política discriminatoria e imperial, como la de Trump, sólo triunfará si se guarda sobre ella un silencio sepulcral. Por el contrario, es de justos y valientes hablar alto y claro. Y la obispa así lo ha hecho.