El 6 de diciembre de 1978 los españoles aprobamos a través de un referéndum y con un consenso del 88,4 % de los votos el texto que aún hoy sigue vigente y que conocemos como Constitución Española. Por tanto, nuestra Carta Magna acaba de cumplir 45 años.
Son muchos años los que nos ha amparado y protegido, sobre todo si tenemos en cuenta el escaso periodo de tiempo que estuvieron en vigor otras, como la aprobada en la II República, que apenas duró cinco años viva, ya que le seguiría, tras la Guerra Civil, una larga dictadura.
No fue fácil, eso seguro, llegar a algunos acuerdos en aquellos tiempos de incertidumbre que ahora conocemos como Transición. Sus siete padres y redactores: Cisneros Laborda, Pérez Llorca, Herrero y Rodríguez de Miñón, Peces-Barba, Solé Tura, Fraga Iribarne y Roca i Junyent, pertenecían a diferentes partidos políticos (UCD, PSOE; AP; PCE y Minoría Catalana), pero leyéndola hoy, podemos dar fe de su actualidad y sentirnos agradecidos por habernos procurado una larga y fructífera etapa de paz y prosperidad. Sus 169 artículos revisados y corregidos por el nobel Camilo José Cela defienden nuestros derechos fundamentales y nos otorgan igualdad de oportunidades y obligaciones ante la ley sin importar nuestro origen, credo o género.
Las Constituciones suelen mantener su vigencia hasta que llega un golpe de estado y las deroga. Cualquier ataque que no respete sus condiciones lo es, se mire como se mire, se disfrace como se disfrace. No juegue con el lenguaje, señora Armengol. Y quienes no celebran su cumpleaños (EH Bildu, Vox, PNV, ERC, Junts y BNG), deberían replantearse abandonar el Congreso de los diputados, pues este edificio existe porque existió ella primero. Y como volvamos a escuchar que la próxima Ley de Amnistía reforzará la concordia entre territorios, puede que tengamos que empezar a preocuparnos por lo que de verdad está ocurriendo, aunque muchos no se atrevan a nombrarlo.