Nacieron en «una tierra fría, pero hermosa», donde alumbra cada madrugada «el destino difícil de la rosa». Nacieron cuando y donde nació el autor de esos versos, el siempre querido y recordado don Antonio Pereira. Nacieron en el Bierzo hace casi cien años, incluso más. La mayoría, en las aldeas de las montañas que rodean la comarca. Cuando no había casi nada, al menos para la inmensa mayoría: ni comodidades, ni dinero, ni los más elementales servicios. Nacieron en aquellas casas frías, sin lujos ni abundancias, donde se vivía de un modo más cercano al Medievo que a la época actual. Nacieron, salieron adelante, eran fuertes. Niñas que no tuvieron juguetes, como mucho un vestido para los domingos o alguna muñeca de trapo que les hizo su madrina. Niñas que pasaron la juventud sin agua corriente, sin luz eléctrica. Eso las llevó a medirse cada día con su destino, y lo hicieron siempre con valor aunque no se dieran cuenta: les bastaba con mirar a sus madres o a sus padres que iban o volvían de trabajar en la mina, o con los animales, o en la difícil agricultura de montaña.
Por si no fuera bastante nacer en un rincón remoto del Noroeste, en una España centralista que despreciaba las tierras más apartadas, esas niñas tuvieron que atravesar una guerra que llenó de cadáveres las cunetas de las carreteras, que incendió de dolor y de injusticia tiempos y familias. Que dejó un inmenso campo de melancolía. Un desierto que solo gracias a una energía heroica, y a una antigua y sabia dulzura, pudieron dejar atrás. Así esas mujeres lograron abrir un tiempo nuevo en el que tantas veces faltaba el padre asesinado, el hermano muerto en la guerra, y tantos otros infortunios e injusticias. Ellas lo aguantaron todo. Con sencillez, con la infinita ternura de quien apenas salió de su vida aislada y austera, con la firmeza de quien le pedía poco a la vida: amar, tener unos hijos, sacrificarse siempre. Dar. Y estar en silencio tantas veces. Estatuas llenas de sangre buena, de luz y de perdón. Y ahora muchas de esas mujeres de hierro del Bierzo, esas damas del tiempo y la verdad, han vuelto a vencer a la muerte y a la desgracia. Y vuelven a la esperanza después de haber superado al cruel coronavirus. Y tienen 104 años, 99, 95. Y nos dicen que no hay que rendirse nunca. Incluso cuando todo parece en contra. Y que la vida siempre merece la pena.
Ellas son las rosas del Bierzo, las que vencieron a su destino. Las que nos enseñan el camino a seguir.
Las rosas del Bierzo
26/04/2020
Actualizado a
26/04/2020
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