¿Le damos una vueltina?

29/10/2024
 Actualizado a 29/10/2024
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La vueltina a la ciudad que todo postulante a alcalde desea comienza por subrayar los defectos que alguien ideó en un programa electoral. Hay que aplaudir que los alcaldables finalmente electos pasen la puerta al gobierno efectivo remangados, con esa idea de dar una vueltina, o dos, a lo sumo, que tampoco están las arcas para dispendios «faraónicos» que sume inversiones millonarias, que eso en los titulares luce en fosforito, y que suponga una redefinición del espacio de confort adquirido, para bien o para mal, por los de a pie, que al final son los que meten el sobrecito con un nombre entre cuatro cristales y hacen de la matemáticas cargos. Pero, volviendo al giro, a veces hay que sofocar los calentones idearios con un buen extintor. Sí, sí, del verbo extinguir. Soterrar la avenida del Castillo suena a innovación y a locura y no a partes iguales. La primera busca un rédito positivo y la segunda recibe solo una condena, tanto electoral como social. No se puede sentenciar un suelo histórico para mantener el paso del tráfico bajo tierra. Somos una ciudad que debe caminarse, porque se puede y se tiene que querer. Lo de meter el coche en el portal de casa hay que desterrarlo al mismo nicho que al soterramiento. Y nos quedamos a medio gas. Llámale «semipeatonalizar» y que cada cual, en su conciencia, decida por dónde ir andando o meter gasolina «a esgalla». Al tiempo, se habla de casarse con un Anillo Verde como alianza, y comunicarse en ese color. Y ese discurso se queda a años luz de esa idea de elegir caminar.  Pero de verdad, en un discurso que pueda descartar obligadas zonas de bajas emisiones, porque no sean necesarias. Ponferrada puede testimoniar la vueltina a lo natural. Tiene los pulmones colgados en el Monte Pajariel y el corazón en la escorrentía del Sil que traza la ciudad uniendo otros ríos. Se ha repuesto de una Montaña de Carbón que hablaba en negro y a la que no queremos volver, aunque se siga recordando al carbón detrás de cada discurso de transición justa como un adiós obligado al que no se dio forma. Vale, que me he pasado de idealista. Tengo que asentar las bases de una convivencia de cesión. Pero no renuncio a ver señales de «obligatorio patear» que hagan hervir de gente las aceras ahora llenas de telarañas.  Me quedo en esa semivueltina, igual 45 grados solo, lo justo para que no se revuelvan los templarios al tocarles las hue…llas. 

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