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León y el futuro: más cuentas, menos cuentos

17/02/2025
 Actualizado a 17/02/2025
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Esta manifestación de ayer, que reflejaba otras anteriores, como la de hace cinco años, indica el desasosiego y la frustración de esta provincia, y eso es algo que ni se puede obviar ni se puede ocultar. Por mucho que se alerte de que las ínfulas separatistas (¡separatistas!) son un engaño, lo cierto es que cifras cantan, y hechos también. Y la carta en la mesa pesa. Es verdad que vivimos tiempos de propaganda y bulos, de amenazas diarias, de imposición de relatos, de guerras culturales. Es verdad. Pero, mire usté, esto es más sencillo. Es la voz de la gente (con discrepancias, claro, pero la voz de la gente). Es la voz de la ciudadanía. Es el sentir de la calle. Y no caben palabras hueras, ni intentos de rebatir la realidad real. No ha lugar. 

Comprendo que el deporte de marear la perdiz lleva mucho tiempo instalado, que León siempre ha sido visto desde fuera como un problema menor, una incomodidad más provinciana que provincial, una cosa típica y tradicional de esta gente con mucha historia y con no tanto presente. León, con su ruido moderado, con su escepticismo inveterado, con esa parálisis que parece la del Dublín joyceano, no podía aspirar más que a una línea en el telediario, unos segundos de imágenes remotas que a toda prisa circulan en el caudal del río informativo, donde al final desaparecen. ¡Ah, sí, lo de León! Te dicen. Y, a veces, ni eso. Me he encontrado con gente sorprendida en muchas partes, hablando de las reivindicaciones de León. Gente que no sabía nada, así que, entre el silencio propio y el ajeno, habremos hecho un pan como unas tortas. La primera medida es comunicar bien el problema. De nada sirve cocerse en el jugo de la propia frustración. 

Por eso hay que elogiar la manifestación, apoyada mayoritariamente (no entremos en la guerra de cifras de asistentes, porque eso distrae mucho del objetivo principal). Apoyada, yo diría, de diversas maneras y por diferentes colores del espectro, como si, en efecto, existiera un consenso larvado sobre el malestar del terruño, al que se adhieren hasta los que no quieren ni oír hablar de un nuevo orden territorial, no quieren mentar la bicha, porque la gente también vota, y en este plan. Y no es de recibo decir, cuando lleguen las urnas, yo no estuve allí. Pero se puede estar mucho o un poco. 

Llegada la ‘mani’, la gente se arrimó a la protesta, y eso ya es mucho, con nuestra historia de escepticismo antropológico, o lo que sea. Gracias por estar, gracias por venir, pero vayamos, a ser posible, al turrón, al corazón del asunto, no es un estado de ánimo, o no solamente, no es una tarde de agravios, una tarde al año no hace daño, ya saben, una protesta general aseada y algo diocesana, que diría con sorna el gran Pereira, algo que luego se va descafeinando en los despachos y olvidando en el crepúsculo de los cafés. No debería ser una manifestación más, como se espera de gente bien domesticada, porque ya no es tiempo de silencio, eso que tanto se parece a la nada, a la parálisis, al adormecimiento, al sueño inducido. Al olvido. 

Así que vaya un reconocimiento a los que no se resignan, a pesar de todas las capas de silencio, inmensas, que nos cubren. Espero que no los llamen levantiscos, desagradecidos, o afectos al endiosamiento provincial, que todo podría pasar en tiempos de creciente autoritarismo planetario y gusto por ‘bullying’ político. Hay quien ve mal el río callejero, la dulce procesión de la protesta, que a mi laico entender también merece un poco de devoción. ¿Hay algo más sagrado que la libertad y la democracia? ¿Algo más sagrado y digno de reverencia que la opinión de la gente de toda condición? Para ser escuchado es necesario hablar, y aun así está difícil.

De vez en cuando brota esa melancolía histórica, esa memoria documental de tiempos de gloria que rezuman las paredes de San Isidoro, de vez en cuando se cuela entre la gente una brisa de los éxitos de antaño, los ritos de celebración, ese latido de las piedras y el viejo rumor de los pendones que coronan el horizonte de las choperas. Pero el asunto, aunque algunos lo presenten como un intento de hacer valer tiempos remotos, va exactamente del aquí y ahora. No se pongan estupendos con las acusaciones de rancio historicismo, de reescritura de fronteras (aquí no hay independentistas, queridos), esto va más de las cuentas que de los cuentos, esto va más del presente y, sobre todo, del futuro. Ese que hace mucho tiempo que no se vislumbra, por más que se mire hacia adelante. Sólo es la respuesta ante la reiteración de la inacción y la parálisis. Porque el resto, es silencio.  

Más allá del tremolar de las banderas leonesistas, que al parecer eran multitud, sobrevolaba ayer la marcha el espíritu de una idea que todos los presentes compartían: algo hay que hacer, y pronto. Un sentimiento transversal, que, aunque existan las naturales discrepancias, une nítidamente a una gran mayoría. No caben más prórrogas, no caben más perdices eternamente mareadas, ni más dilaciones, ni laberintos administrativos, ni señuelos pueriles. Un golpe en la mesa, o en la Mesa, para no prorrogar más lo improrrogable. No debe verse en esto, ni en la marcha de ayer, una actitud alterada o bronca, sino el resultado de una renovada determinación por cambiar de una vez por todas el rumbo de esta provincia. Porque, como se dijo ayer, más que un plan, tantas veces prometido, esos planes de ida y vuelta, tan entretenidos como ineficaces o inexistentes, se trata de activar, a estas alturas, todo un plan de emergencia. 

Hay algo importante que debe señalarse, antes de que empiecen las reivindicaciones personalistas y el perfume de lo individual. Ningún político debería arrogarse la relevancia de haber estado allí. Ni tampoco el extraño orgullo de no haber estado, que, a buen seguro, de todo habrá. No se trata de la fotografía, ni de subrayar la aseada comparecencia, aunque, desde luego, siempre es importante demostrar sin ambages lo que uno piensa y dejarlo claro a la ciudadanía que le vota. Lo importante de verdad es la gente común, la gente anónima, los que en realidad construyen esta tierra. Lo que importa es lo que vendrá. Lo que se hará a continuación, como otras veces importó (y no se hizo). Bienvenida siempre la palabra del pueblo, pero de poco servirá si todo se diluye de nuevo, si el silencio vuelve a adornar el paso de los días. Y, como tantas veces, la hojarasca del olvido se posará sobre los sueños, y permanecerá así, envolviendo el futuro en las telas de la hibernación. Y nos conformaremos con repensar la historia, engordaremos el escepticismo, sin perder, eso sí, un ápice de retranca. Y aceptaremos el resultado como si se tratara de una maldición.

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