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León, moción, emoción, ¿decepción?

01/07/2024
 Actualizado a 01/07/2024
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El deseo de una autonomía para León, en sus distintas acepciones, ha sido una constante histórica desde que, con no poca polémica, se estableció esta unión de Castilla y León, una de las más extensas de Europa y también una de las más inexplicadas a la ciudadanía. No viene al caso ahora hacerse de nuevas, sólo porque la moción aprobada en la Diputación haya traspasado las fronteras mediáticas (sí, esas a menudo sí que parecen fronteras de cemento armado), como si se tratara de una ocurrencia momentánea, de un delirio fortuito, de una maniobra de distracción y embeleco o, ya puestos, de una consecuencia directa del asunto catalán (con el que no tiene nada que ver, aunque algunos no se enteren, o no quieran enterarse).

No. Este es un viejo nuevo asunto, que no ha dejado de estar ahí en ningún momento, a pesar de las enormes dificultades para abrirse camino (porque somos una periferia, a fin de cuentas). Y de pronto ha logrado dar el salto a los titulares nacionales, aunque sean los de pequeño tamaño y página par, y ello a pesar de toda esa opacidad tradicional. Y a pesar también, lo decía el director de este periódico en su columna de ayer, del ostensible desconocimiento de los que hablan desde la proximidad de los centros de poder, desde Madrid, sin ir más lejos. Se escuchan, en efecto, auténticas simplezas sobre el asunto, resúmenes tan apresurados como equivocados, y uno descubre cómo en este país, que es una gloria de diversidad y mezcla, sin duda lo mejor que tenemos, sigue dominando cierto centralismo mediático realmente empobrecedor, una tendencia a pasar de puntillas sobre esas cosas, ya saben, que se dirimen en las lejanías provinciales.    

Por milagro, y aunque de una forma muy poco precisa, esta moción pro autonomía leonesa, aprobada ahora en el Palacio de los Guzmanes, se ha abierto camino hacia los centros de poder y hacia los centros mediáticos. Y, aunque de manera imperfecta, ha logrado transmitir el mensaje, siquiera aproximado, de lo que se quiere, tantos años después, y tras intentos de todo pelaje. Ya sabemos que, en cuanto suena la alarma de la protesta, de la incomodidad, todo tiende a envolverse en el ruido, en la descalificación pueril, pero esta vez, sí, algunos han tenido que opinar al respecto, han dicho aquello tan típico de ‘es que esto no toca’, que es lo que se dice siempre en estos casos. ¿Pero es que acaso ha tocado alguna vez?, cabría preguntar. ¿O estamos otra vez ante esa niebla densa que nos ciega la vista, no sólo en los inviernos, sino en todos los instantes de la vida cotidiana? 

Las iniciativas de progreso parecen condenadas al fracaso en esta tierra. Cualquier cosa, la que sea, cualquier movimiento que reivindique, no sólo los derechos históricos (la verdad, soy poco proclive a reivindicar las glorias del pasado y a recrearme una y otra vez en las tradiciones: prefiero el futuro), sino la necesidad de evitar la sangría poblacional y económica de esta tierra (constatable a todas luces), cualquier reivindicación, por pequeña y tímida que sea, queda enterrada de inmediato bajo una hojarasca de verborrea estéril y profundamente descorazonadora, que pretende, supongo, desconectarnos de toda esperanza. ¿Se acuerdan de la famosa Mesa por León? Parálisis, inacción, palabras vanas e inmovilismo tradicional. 

Por tanto, hay que celebrar el más mínimo intento de esta provincia, de esta ciudad, de sacudirse el gran lastre que tira de ella hasta el fondo desde hace décadas. Probablemente, una vez más, estamos ante una moción que acabará en decepción, que quizás no lleve a ninguna parte (ya nos encargamos nosotros de subrayarlo, con ese incomprensible escepticismo dañino que nos caracteriza). Pero, en realidad, esto ya ha llevado a alguna parte. Ha obligado a tomar posturas a la clase política (algunas de esas posturas, hay que decirlo, bastante confusas), y, aunque haya permitido constatar el enorme desconocimiento mediático que existe de este problema más allá de nuestro territorio (algunos hablan de un intento de independencia leonesa y lindezas de este jaez), lo cierto es que ha sucedido algo que pocas veces había ocurrido antes: no hemos limitado el debate solamente a nuestras cocinas y a nuestros patios. Algo ha saltado fuera. 

Soy un defensor del estado autonómico y un defensor de la Unión Europea. Creo que las autonomías no son un lastre, sino la manifestación de la riqueza y la diversidad de este país, que está muy lejos de estar representado por la centralidad y por las ideas monolíticas. Me encantan las uniones y me gustan menos las separaciones. Pero me encantan las uniones que respetan la diversidad y potencian el progreso de los miembros que la forman. Creo que, objetivamente, León tiene muchas razones para manifestar su incomodidad en el marco actual, y no es en modo alguno un asunto viejo, como he escuchado estos días, sino un asunto perfectamente actual (aunque venga de muy atrás: desde el minuto uno). Este pueblo debe superar el inmovilismo y la parálisis. La inacción que bebe de un exceso de nostalgia, quizás de un exceso de pasado. Es el futuro lo que importa. Aquí se pone en juego una cuestión histórica, sin duda, el reflejo de lo que fuimos, pero lo importante es lo que podemos llegar a ser. El progreso para las futuras generaciones. Bastan las estadísticas para corroborar la necesidad de una profunda renovación, que tendrá la profundidad que decidan los ciudadanos. O, al menos, así debería ser. 

No se debe caer en la confusión interesada, en la distracción de lo importante, en el humo de la propaganda. Al contrario, es la claridad la que debe imperar. Se trata de los datos, de lo que dicta la economía, de lo que dice la pérdida de sustrato industrial, o la pérdida de población. No son emociones, aunque no faltarán, sino puramente elementos cuantificables. Debe hacerse un tratamiento científico de esta demanda política, no una construcción emocional (el populismo es lo que destruye las democracias).

La provincia de León ha llegado al límite de estancamiento y seguramente al límite de sus fuerzas (podríamos hablar de Zamora y Salamanca, y del gigantesco olvido del mundo rural, pero sin duda esas provincias pueden hablar por sí mismas). Nada de esto tiene que ver con el cacareo nacional en el que estamos instalados, en el relato político en bucle que se empecina en la lucha en el barro. Nada de lo que aquí se demanda tiene que ver con esa mirada centralista, centrípeta, que algunos torpemente proclaman. No: España es diversidad y es también la riqueza periférica. Ojalá no seamos nosotros mismos los que nos pongamos barreras a los sueños de progreso.

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