Ha llegado la hora de plantearse cosas que jamás habíamos soñado los nacidos después de la segunda gran guerra. Pero, que pueden ser la causa de que la paz mundial, esta paz en equilibrio, se descompense por culpa de la llegada al poder en USA de un impredecible y extraño producto de la libertad y la democracia. Uno más, podríamos decir a estas alturas.
Escribe el griego Theodor Kallifatides en «El arado y la espada» que «Una libertad desarmada no es libertad ninguna» y, siendo eso cierto, cuando esto ocurre, será cuestión de hacérselo mirar. Para ejemplos basta el de esa Ucrania libre, amenazada de pronto por el nuevo Zar de Todas las Rusias y mendigando armas por todo el ancho mundo para enfrentarse al monstruo de las galletas que piensa como un cobarde pero anta como un zar.
Se trata, no ya de ideologías o incluso economías, sino del poder, así en estado puro. El poder sin credos ni ideologías. El poder de las armas. (léase China, Rusia, o Corea del Norte) Y, siguiendo con Kallifatides, «¿Cómo se lucha contra el poder? Con otro poder. ¿Y después?» Pues, después, a esperar que una gente sin alma se aparte de todo tipo de creencias, ideologías e ideales, para entrar en una competición de «a ver quien la tiene más larga» y, sin moverse de casa, sea capaz de lanzar un par de misiles nucleares poniendo en jaque a la humanidad. ¿Que no será capaces? De eso y más.
Es triste, pero la humanidad ha llegado otra vez al principio, cuando se presentaban en tu aldea una legión de asesinos y te robaban todo y se llevaban las muchachas, riendo a carcajadas y haciendo la señal de la victoria. ¿Qué victoria? Como escribe nuestro Luis Mateo en el genial «El mundo de los cines» de 2023: «Me daba pena el tiempo que me daba grima» Y es que ya no sabe uno para donde mirar. La «política» ha dejado atrás a a verdad, a la razón, a las ilusiones, y todo cuanto unos cuantos ingenuos creíamos haber avanzado hacia la libertad.
Estamos de cuerdo en que la libertad debe estar armada. Pero ¿de qué? A la baja las religiones más moderadas, y al alza las más intransigentes ¿en qué mentira nos podremos apoyar?.
Hasta no hace mucho creíamos en la imparable fuerza del pueblo, de las mayorías, de la razón. Pero ahora esas mayorías están quemadas, barridas del mapa por un viento traído por el exceso de información y la consiguiente imposibilidad de separar la mentira de la verdad. Adiós, pueblo. Bienvenida de nuevo la dictadura de la sinrazón.