No debe de ser nada fácil volar, sumergirse en la corriente para optimizar su potencia libre, fresca, tan calculadamente alocada: subir, subir y luego abrir las alas y dejarse llevar planeando frente a la línea curva de un horizonte imposible de atrapar. No debe ser nada fácil cartografiar el aire a plena luz del día, trazando rutas sobre las distintas transparencias, una especie de autopistas etéreas para llegar al nido, al trigal, a la isla del tesoro, a la tierra prometida, a la casa de las madres, donde nos aguarda el reposo, el alimento, quién sabe si tal vez otros hijos… Viajes de miles de kilómetros muchas veces. Pero, no hay caso conocido por la ciencia de la Ornitología de un solo pajarillo que, estando en libertad, renuncie a volar, por difícil que sea, por peligroso, por costoso. No hay ninguno que renuncie, cada mañana, a lanzarse desde su rama, aliándose con el aire como si fuera su igual. Y es que lo que se debe de sentir cuando se vuela… no debe tener igual. Sin embargo, según Alejandro Jodorowsky, un pájaro nacido en una jaula puede creer que volar es una enfermedad y, lo que es peor, puede llegar a pensar que es un error hacerlo.
No es fácil amar, sumergirse en ese sentimiento para optimizar su potencia tan libre, tan fresca, tan calculadamente alocada: latir, latir y luego abrir el corazón para dejarse llevar, planeando frente a la línea de otro corazón, imposible de atrapar.
No es nada fácil cartografiar este paisaje de amor, a plena luz del día, inmerso en el ímpetu, en la emoción, trazando rutas sobre las distintas transparencias. Una especie de autopistas etéreas para llegar a sus manos, a sus ojos, a la isla del tesoro, a la tierra prometida, a la casa de sus brazos donde nos aguarda el reposo, el alimento, quien sabe, si tal vez, más besos… hasta que la muerte nos separe.
Pero, no hay caso conocido por la ciencia de la Biología de un humano que, estando en libertad, renuncie a amar, por difícil que sea, por peligroso, por costoso. No hay ninguno que renuncie, cada mañana, a lanzarse desde su sentimiento, aliándose con su corazón como si fuera su igual. Y es que lo que se siente cuando se ama, no tiene igual en esta vida, aunque solo dure un día. Sin embargo, según Alejandro Jodorowsky, un ser humano nacido en una jaula puede creer que amar es una enfermedad, y lo que es peor aún, puede llegar a pensar que es un error hacerlo.
Así que, cuando los veo por la calle a horcajadas sobre su precioso arco iris, celebrando la vida, las ganas de amar y ser amados, a pesar de la violencia física e intelectual que ejercemos contra ellos cada día, ninguneándoles desde el minuto cero, con falta de referentes en la literatura, en el cine, en el colegio, en la universidad, en casa, despojándoles de la justicia de su identidad desde que son unos chavales y chavalas, y de tantas y tantas cosas más, hechas con una crueldad propia de un verdugo; cuando los veo por la calle festejando la vida, a su aire, a su manera, a la voz de “yo estoy aquí y soy así y valgo tanto como tú, te pongas como te pongas”, me entran unas ganas tremendas de darles las gracias por estar ahí a pesar de todo, por resistir, por no claudicar, por darnos una lección cada día a pesar de las palizas, de las penas de muerte, de las humillaciones, de las amenazas, a pesar de no tener sitio ni para respirar.
Desde mi humilde atalaya, con esta voz que es un susurro y que apenas se oye, confieso, para que me oigan alto y claro los idiotas y los necios: ¡Viva el Día del Orgullo!
Yo también celebro la diversidad, con todo mi corazón.