30/01/2025
 Actualizado a 30/01/2025
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León, se mire como se mire, es una tierra de contrastes: nos estamos quedando vacíos de gente, pero somos la provincia que más perros tiene por casa, normalmente jodiendo la marrana, los sofás y el parqué. También somos una de las provincias con la media de edad más vieja de España, mayormente porque los jóvenes se tienen que joder y marcharse a buscarse la vida lejos de sus raíces, pero somos unos de los paraísos para los Erasmus que nos visitan desde tierras extrañas. No nos debería parecer una paradoja, puesto que seguimos siendo la ciudad con más bares de España por barba (que seguro que se podría hacer extensivo al resto de Europa), con lo que resultamos una bicoca para unos chavales qué, además de estudiar, les encanta la juerga y el desparrame. Ya decía Victoriano Crémer aquello  de «León, ciudad  bravía, que entre antiguas y modernas tiene más de cien tabernas y una sola librería». Lo jodido del asunto es que uno también escuchó esta coplilla referida a Madrid, Villa y Corte, y a Granada la mora; lo único que cambiaba era el número de bares, pero nunca el de la librería solitaria, por lo que se puede sacar la conclusión de que los bares, desde antiguo, son la espina dorsal de nuestra manera de vivir, y nunca, nunca, lo fueron las librerías. Aunque aquí, también, se produce otra paradoja incomprensible: La Nueva Crónica, hará diez o quince días, publicó una noticia que me dejó con los ojos chiribitas: León es una de las ciudades con la ratio más alta de librerías per cápita del país; no hablo de las que están en las grandes superficies, sino de las que podemos encontrar por la calle mientras paseamos. No me podéis negar que es algo inverosímil, que estamos hablando de una ciudad envejecida, sin industria, etc, etc.

Y luego está lo del millón de visitantes (casi), que vienen, como los Erasmus, a buscar arte, los monumentos y todas esas zarandajas...; porque lo que más anhelan es mamarse en el Húmedo, en el Cid o en el Burgo y ponerse ciegos de tapas, que, entre nosotros, no valen una mierda, pero son gratis.

Y, ¡claro!, se produce otra paradoja de las que dan que pensar: los hosteleros, ese gremio rapaz, se aprovecha de ellos para sangrarnos, a los nativos, con precios por demás desorbitantes y que mantienen durante todo el año, para nuestra desgracia. Os he hablado alguna vez de que ahora, a estas alturas de la vida, para mi León acaba en el barrio de Santa Ana. Todo el resto, so pena de tener que ir al centro a alguna historia de bancos, abogados o notarios, es tierra conquistada. Pues incluso allí, en el barrio o en el Polígono Diez, se permiten la osadía de cobrarte por dos cañas cuatro euros con cuarenta céntimos: un robo a mano armada, se mire por dónde se mire. Sé de lo que hablo, no en vano me dediqué a ese negocio veinte años de mi vida...

Y ahora, como final, una de arboricidas: resulta que hay un pino espectacular, grandioso, hermosísimo, a la entrada del casino de Vegas. Se llama, maldita la gracia, el árbol de ‘Pipi’, mi señor padre, que una noche de las de rompe y rasga, de las de cien vinos o más, intentó desenraizarlo de un empujón, prueba de su fuerza hercúlea, desmesurada. No lo consiguió, porque el árbol siguió creciendo y creciendo hasta convertirse en algo digno de ver. Pues lo van a ‘capar’, como si fuese un eunuco, un gocho que ya ha cumplido su misión y le espera la muerte... Se dice, como excusa para hacerlo, que puede caer, en una noche de viento, como estas que estamos pasando, a cuenta de la ‘Herminia’, sobre el tejado del bar, y eso sí que sería una tragedia de las griegas o de las de Shakesperianas. Chorradas: el pino habrá sufrido decenas de tormentas, de vientos huracanados, y ahí sigue, impertérrito, aguantando dimes y diretes. Es un ejemplo palpable de las paradojas de nuestra tierra: tenemos una de las masas arbóreas más importantes (sino la más), de la península y no la damos importancia ninguna. ¿Un ejemplo?, la cantidad de sebes que se queman sin saber por qué, jodiendo la riqueza inconmensurable que albergan.

Pero, ya sabes, las concentraciones parcelarias son lo primero, en una provincia en la que la media de edad de los agricultores y ganaderos es de más de cuarenta años...

Salud y anarquía.

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