Mientras conduzco voy escuchando en la radio las noticias sobre el aumento brutal de violencia machista a que estamos asistiendo en nuestro país. En los últimos tres días han sido asesinadas cinco mujeres. La última semana de junio murieron otras seis y dos niños.
En la calle arde el asfalto y no hay ni un alma paseando. Madrid parece una ciudad fantasma a las cuatro de la tarde. Bajo un par de grados el aire acondicionado y pienso que la violencia machista es un tema complejo que también está relacionado con el clima.
Recuerdo un guion que escribí hace tiempo. Narraba la historia de un matrimonio en crisis que decide separarse y en la distancia, ambos recuerdan el comienzo de su relación al tiempo que valoran lo que sienten por las personas a las que han dejado entrar por las fisuras de un amor que parecía invulnerable.
Dentro de lo universal del tema, la historia, que es del año 2006, tenía la particularidad de que se desarrollaba en un contexto de cambio climático extremo. Todo sucedía un verano en el que Madrid estaba a más de treinta grados de día y de noche. Contrariamente a lo que podía parecer, no era una historia sobre la fidelidad o el amor. Lo que realmente exploraba era el impacto de las temperaturas extremas, no sólo en los ecosistemas, sino en los seres que los integran. Pasé bastante tiempo investigando sobre biometeorología psiquiátrica, sobre el comportamiento humano en relación a las condiciones ambientales, en concreto al viento constante y al calor cuando éste toca el límite de lo que fisiológicamente estamos hechos para soportar. Me interesaba (y me interesa) cómo el contexto climático puede poner a prueba las relaciones y, por ende, modificar lo que somos como especie, siglos de creencias, tradiciones y comportamientos establecidos.
Exploré la naturaleza como elemento determinante del destino de la humanidad, como palanca para ciertos tipos de locura (me consta que el término está en desuso). Ya cuando era estudiante de Derecho profundicé en la enajenación mental transitoria y en los motivos que llevan a las personas a destruir lo que más aman, o a perder el contacto con la realidad, considerando ésta lo que el sujeto ha percibido como estable durante su vida.
Ahora, la NASA en su informe ‘The Future we don’t want’ ha listado zonas que serán probablemente inhabitables en el año 2050. Algunas de ellas están en España. No dudo que encontraremos y utilizaremos medios para protegernos de esta catástrofe que se acerca, pero en los años venideros es probable que asistamos a un aumento progresivo de la criminalidad y las patologías psiquiátricas derivadas del clima o simplemente acentuadas por él, entre ellas la lacra de la violencia machista. Quizá deberíamos ser más conscientes de que compartimos el destino de la naturaleza y no podemos abstraernos a las consecuencias de nuestros actos sobre ella.