Escribo estas palabras en el tren dirección a Madrid en un día marcado por las líneas rojas. Comencé desayunando con el periodista y escritor Fernando Rueda, que visitó León para presentar su libro ‘Líneas rojas’ y ahora me dirijo hasta la capital para participar en el programa ‘Horizonte’ de Cuatro, donde voy a hablar de las líneas rojas que se han sobrepasado en el periodismo.
Observando los acontecimientos que nos asolan dudo de si existen todavía líneas rojas para gran parte de la ciudadanía. Ojalá esté equivocado, pero tengo la sensación de que el ‘todo vale’ ha ganado la partida a la moral y a la ética. Las líneas rojas se van borrando y volviendo a pintar en una nueva posición según las necesidades del guion.
Eso sí, las líneas rojas con las que desayuné distan mucho de las que me acompañaron por la noche hasta que me metí en la cama del hotel. La novela de Fernando Rueda está protagonizada por un grupo de espías que, durante la misión que les ocupa y durante su vida anterior, han tenido que saltarse líneas rojas para conseguir el objetivo que buscaban. Y es que los espías sacrifican sus principios, para que los que habitamos encima de las cloacas que hay debajo de toda sociedad podamos vivir sin sobresaltos que puedan hacer saltar por los aires la comodidad de nuestras vidas. Se tienen que enfrentar a contradicciones vitales de las que la mayoría no seríamos capaces de salir indemnes.
Muy diferentes son las líneas rojas sobre las que hablé en el programa de Cuatro dirigido por Iker Jiménez y Carmen Porter. Que la mayoría de nuestros políticos sobrepasen burdamente la frontera que separa lo moral de lo inmoral me crispa, pero ya he hecho callo para que no me encabrone más de lo necesario. Pero que los periodistas también hayamos emprendido un camino cuyo destino es de todo menos bueno, me preocupa y, sobre todo, me entristece.
Lo sucedido en torno a las informaciones dadas sobre el parking de Bonaire me deja ojiplático. Siempre he defendido que la autocrítica escasea en nuestra profesión, pero lo que está ocurriendo desde hace unas semanas dista mucho de serlo, aunque algunos quieran venderlo como tal. La autocrítica no es utilizar el error cometido por un periodista para orquestar una caza de brujas contra él. Y menos cuando los que encabezan el tribunal inquisidor han caído en el mismo error. Es de tontos, por decirlo finamente, que estemos haciendo el trabajo sucio a los poderes políticos y económicos destruyéndonos entre nosotros. Demos un paso atrás y situémonos en el lado bueno de las líneas rojas que nunca se debieron de sobrepasar.