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Lleváme a casa

27/07/2024
 Actualizado a 27/07/2024
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Decía el filósofo Blaise Pascal que «toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación». Lo cita el también filósofo Josep María Esquirol en su libro ‘La resistencia íntima: ensayo de una filosofía de proximidad’ donde reflexiona sobre el hecho de que «la casa es a la vez el problema y la solución, o por lo menos, el refugio». Esquirol también alude a la condición del hogar como reducto salvador  recordando esos  juegos infantiles donde los niños y niñas tras la carrera para salvarse de ser pillados , tocan con sus manitas las paredes pronunciando con feliz alivio: «¡casa! ¡salvada!». O la caseta de salvamento secreta que construíamos en medio del monte o en un bosque perdido. Aquel lugar recóndito donde nos resguardábamos de los ojos del mundo.

Un mundo al que arribamos con un  equipaje inherente a nuestra condición de  ‘homo viator’, en continuo vagar andando y desandando  caminos, en perenne  peregrinaje y pose descubridora , ¿acaso huyendo de algo?, ¿tal vez de nosotros mismos, porque nos cuesta quedarnos solos en nuestra única compañía? Plantándole cara a la ruinosa rutina, siempre   en un anhelo constante de desprendernos de nuestra vulnerabilidad, mejor no pensarlo mucho. Pensar nos duele porque nos enfrenta a verdades incómodas cuando el desánimo anida en nosotros y los recuerdos comienzan a devorarnos a dentellada limpia.
 Quizá descubrir  y explorar territorios es un modo de lidiar con esa sensación de caducidad, inherente a la condición  humana, que nos lleva a buscar en la novedad del movimiento, un antídoto para combatir la finitud.

Nos  hemos lanzado al conocimiento de otros paisajes y paisanajes, a acumular estampas de territorios desconocidos.  Nunca los jóvenes tuvieron tanta facilidad para viajar, ya sea por Europa, a través del Interrail o bien por el territorio patrio con esos alucinantes descuentos que les permiten plantarse con la toalla y el bañador en la asturiana playa de San Lorenzo por tan solo dos euros.
Incansable afán por expandirnos  acumulando estampas de los territorios conquistados, un anhelo sin el cual no hubiera sido posible descubrir continentes para civilizarlos, colonizarlos, conquistarlos o expoliarlos, en esa obsesión por ampliar el radio de acción de nuestro acomodo.

Hace algunos días, en un bar de Budapest, un grupo de jóvenes sevillanos charlaba animadamente entre copa y copa. Uno de ellos, visiblemente agotado del turisteo ingerido a bocajarro le decía al resto: «Tío, tengo ganas de pillar mi cama». Solo le faltó decir aquello del langostino navideño: «¡lleváme a casa!».

 

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