09/10/2024
 Actualizado a 09/10/2024
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Quién había dicho que VIVIR iba a ser un asunto fácil. Nadie, por supuesto. Pero esto dicho así, desde el primer mundo, desde esta silla de trabajo tan ergonómica, tecleando en un Elitebook de última generación mientras desentraño lo que hoy os quiero contar, suena a pura frivolidad. 

Y, sin embargo, a pesar de mi casa cómoda, de mi trabajo amable, de la felicidad que me proporciona el contacto con mi familia y amigos, sigo sintiendo que vivir no es un asunto fácil. Sin dejar de pensar, desde mi placida atalaya, en quienes a pie de camino están a merced de otras circunstancias infinitamente más duras que la mía. Será que la aventura de la vida trasciende cualquier escenario y que las reglas del juego son una formalidad ineludible que imprimen hierro y fuego en cualquier caso.

Quizá, de aquello de lo que nos hablaba Don Miguel de Unamuno en su ensayo ‘El sentido trágico de la vida’ y que él intentaba mitigar, puerilmente, con el argumento religioso, quizá, aquello, es algo más que una teoría filosófica. Y que me perdone el maestro, desde dónde esté, por esta atrevida apreciación mía.

El caso es que de todo el abanico de cosas y casos a las que nos tenemos que enfrentar y resolver a lo largo de la vida, los más duros son aquellos que producen desvalimiento y desamparo. Sentirse así es sentir que careces de los recursos necesarios para gestionar lo que sea que te haya venido, es paladear la derrota sin haber tenido ocasión de haber podido pelear, es verte abocada a un sino irremediable de sufrimiento, aniquilación, tristeza. 

El ejemplo más palmario de este estado se manifiesta cuando nos enfrentamos a la enfermedad. El sufrimiento, el incapacitante dolor físico, la posibilidad de la muerte, la incertidumbre. Pocas cosas hay que te asusten tanto, que te pongan tan en situación de la nada que somos. 

Lo peor de lo peor es perder la salud y esto, como el amor, quien lo probó, lo sabe.

Pero, en esta circunstancia tremenda, la peor, y contra todo pronóstico, hay alguien que te tiende la mano. Un ente anónimo que te ayuda sin mayor interés. Y te la tiende con una generosidad sin límite, sin preguntarte la cantidad de derecho que te asiste para que el Sistema Nacional de Salud se ponga a funcionar. Sin importarle cuánto tienes, ni cuánto vales, ni cuántos miles de euros le va a costar al sistema sacarte adelante. Y caes en la cuenta de lo que significa que te garanticen el derecho a la asistencia sanitaria GRATUITA y lo que significa que haya alguien que haga lo posible para que tu vida continúe.

Ese alguien no es tu madre, ni tu hermana, ni tu hija. De pronto, un ser anónimo empapado de humanidad, con un sueldo flojo y una jornada laboral excesiva, consigue que la parca se de otra vuelta por el extrarradio antes de volverte a buscar… ¿Por qué lo hace? Si no elevas tus miras, nunca comprenderás la razón de este gesto tan generoso, tan valeroso, tan humano.

Y una mañana cualquiera de octubre, sentada en la sala de espera de la consulta de tu especialista, comprendes todo esto. Hoy ya no te importa esperar lo que haga falta. La dignidad con la que han investido tu desvalimiento es una luz que ya nadie puede apagar. Sientes, de verdad, que formas parte de algo grande, de algo que va un poco más allá del ser humano: su humanidad.

Pero no todos los seres humanos tienen humanidad. En EE UU, cerca de 45.000 personas mueren cada año debido a la falta de un seguro de salud y de una buena atención médica. 

Aquí estamos a salvo gracias a las y los profesionales del Sistema Sanitario Español, ese colectivo que cumple, impecablemente, con su trabajo sin dejarse engullir por el desánimo, el desagradecimiento y esa moda zarrapastrosa del tanto tienes, tantos vales; que luchan a brazo partido por nuestras vidas y por nuestra dignidad, contra la parca y contra la privatización del sistema (que viene a ser lo mismo). 

¿Lo ves?

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