21/04/2024
 Actualizado a 21/04/2024
Guardar

«Hay 194 países soberanos en el mundo reconocidos por la ONU... Mi familia y yo somos extranjeros en 193 de ellos. Por eso le digo a mis hijos cada día que no se les ocurra decirle a nadie que sobra de nuestro país, porque nosotros sobramos entonces de todo el mapa del mundo.» Esto dice Magdalena S. Blesa en su libro ‘Te necesitas’. Muy acertada esa idea de que si nos creemos dueños de la tierra en la que nacemos, sobramos en todas partes menos en una. Por supuesto, sus datos son más actuales que los dados por el Principito cuando visitó nuestro planeta y anotó en su libro que «en la tierra hay ciento once reyes, incluidos los reyes negros, siete mil geógrafos, novecientos hombres de negocios, siete millones y medio de bebedores y trescientos once millones de vanidosos. En total, en la tierra hay unos dos mil millones de personas grandes…»

Mañana se celebra el Día Internacional de la Madre Tierra. Un día que servirá para hurgar un poco en nuestras conciencias, que este año lleva como lema «El Efecto Ser Humano». En la ONU cada vez suben más el volumen y alertan de que el cambio climático está provocando aún más desigualdad de la que ya existe. El destrozo de los ecosistemas, por el insaciable consumismo de las urbes, está rompiendo la naturaleza y los síntomas de fatiga de la tierra son muy alarmantes, afectando especialmente a la población rural del mundo, donde ya viven los menos favorecidos. Los que conocen la tierra porque la trabajan, la respetan y salvan al mismo tiempo. Los que conviven con las Pachamamas, esas diosas sudamericanas que, de alguna forma, nos han adoptado a todos representando a la Madre Tierra, simbolizando fertilidad, refugio, alimento y techo. 

Desde ONU Mujeres piden la palabra y un poco de espacio. Dicen que no se puede continuar así. Ya comprobamos dónde nos llevan sistemas económicos basados en la codicia, en el uso y abuso de los elementos naturales y la explotación de todo lo explotable. Las mujeres tienen otra visión de las cosas y piden ponerlo en práctica. La tierra vista como la ve esa madre que consigue cena para seis con un trozo de pan, dos huevos y tres patatas. La que estira un sueldo escaso treinta días y saca dobladillos haciendo crecer pantalones al mismo ritmo que sus hijos. La tierra vista como abuelas ahorradoras que no conocen la bollería envasada y migan la leche con el pan duro que conservan en bolsa de tela. El mundo visto como hembras que no permiten que maten a sus hijos, pero los ven alejarse sin poder opinar siquiera, rumbo a guerras que se están extendiendo como una acuarela sobre Europa, porque cuatro locos quieren vender armas y jugar a fronteras y a venganzas. Seguro que esta semana, con el peligro más encima que nunca y las televisiones mostrando en directo la lluvia de misiles iraníes sobre Israel, si las Pachamamas pudieran, correrían por los valles y subirían monte arriba hasta encontrar la cueva de los dioses de la guerra. Y ya localizados, pactarían con ellos y venderían su alma al diablo a cambio de la paz, para que sus hijos regresen a casa vivos y jamás vuelvan a rozar un arma. 

Quizás con una visión más femenina y más participación de las mujeres en decisiones bélicas, se suavizasen algunas cosas. Y quizás así, no existiría esa imagen que te congela las palabras, elegida como la mejor foto del año por World Press Photo 2024. Para hablar de ella se necesitan tres colores y un silencio. O todo el silencio. No hay rostros, ni gestos, ni paisaje, ni mundo. Solo un thob azul, un keffiyen color mostaza y un sudario blanco envolviendo la infancia. Solo el color de las telas cuenta el abrazo de la vida y la muerte. Inas Abu Maamar, una mujer palestina abraza una mortaja blanca de cinco años, llamada Saly. Las vidas de su hermana y su madre se las llevó el mismo misil que se llevó la suya en un bombardeo de Israel a Gaza, hace ya medio año. Desde entonces, Saly ha muerto más de quince mil veces y por increíble que parezca, el hombre sigue existiendo, se sigue llamando humano y el mundo sigue girando mientras esta foto, que el jurado definió como una metáfora de lo que está ocurriendo, se repite día tras día. 

Abrimos la semana de la Madre Tierra y del Día del Libro, esos mundos de papel donde todo es posible, que nos permiten huir al espacio buscando aire limpio. Necesito imaginar a Saly y a sus amigos ayudando al Principito a limpiar su planeta cada mañana, arrancando los brotes de baobabs que crecen entre la hierba, regando la única flor que tienen y deshollinando sus tres volcanes para calentarse el desayuno. Solo allí quiero imaginar a los quince mil niños asesinados en Gaza para hacer soportable el genocidio cometido en este planeta. Me temo que la Madre Tierra ya renegó del humano que la maltrata y desea ser simple fantasía sobre papel para que la aseen cada día y sentirse respetada. Si el Principito volviera a visitarnos y viera la fotografía de Saly, diría en su libro que en el planeta tierra hay unos ocho mil millones de personas pequeñas.

Lo más leído