web-luis-gray.jpg

Magnates mangantes

23/02/2025
 Actualizado a 23/02/2025
Guardar

Si algo nos dejó claro el marxismo es que hay una explicación económica para todo: ‘cherchez l’argent’, podría decirse llanamente. Y que muy a menudo las cosas siguen igual con distinto ropaje.

Durante el antiguo régimen, en los siglos anteriores al XIX, el habitante de un país era sobre todo un súbdito (un ‘subordinado’), que debía obediencia y ocupaba un puesto definido y definitivo en una escala social rígida. Pocas ocasiones existían para ascender en ella salvo ‘encontrar’ un antepasado de sangre noble que probase la hidalguía. El máximo interés de tal condición consistía en no pagar impuestos y de ahí el empeño de todo hijo de vecino por conseguir un título o certificado de ascendencia que permitiera escaquearse de tal obligación, considerada un estigma, lo que movió un lucrativo negocio de burocracia de la sangre.

Tal empeño sigue funcionando en nuestros días, pero en lugar de contratar un leguleyo que rebusque en los archivos hasta encontrar un antepasado notable cuyos apellidos suenen parecidos, se contrata un bufete, una empresa de ingeniería financiera o se recurre a la familia rica, por algo se les llama «hijos de papá». De tal modo, el viejo propósito democrático de la justicia fiscal ha derivado en que los más ricos pagan menos impuestos, proporcionalmente y, a menudo, en términos absolutos. Tales desigualdades han propiciado una ‘nobleza del dinero’ que, como la vieja, tampoco tiene nada de noble en el noble sentido de la palabra. Esa vil aristocracia escatima el dinero de todos, que ellos tienen por solo suyo, para su propio beneficio, ya sea el lujo, ya la segregación de su grupo social respecto de las penurias y miserias de plebeyos y asalariados que gastan de lo público, esa limosna. Intentan convencernos de que pagando ellos menos impuestos nos irá mejor a todos.

A esa nobleza baja, cuya cúspide tradicional española reside en Abu Dabi, se incorpora otra cuyos millones se cuentan sin tasa y cuyas visibles fullerías ya no les avergüenzan: sus bajezas son retransmitas en directo. Los más notorios de ellos han corrido a las faldas del nuevo presidente norteamericano, que les abre sus brazos, unidos por un común entusiasmo: el pillaje.

Nada más ganar las elecciones Trump se mostró favorable a unas criptomonedas que ataño había demonizado, lo que se rentabilizó con estratosféricas ganancias en unas pocas horas. A dos días de su nombramiento, emitió una nueva (memetrump) que le reportó 40.000 millones de los dólares carnales de siempre. Milei acaba de dejar en la ruina a miles de compatriotas promocionando otra criptomoneda, la estafa piramidal del siglo XXI. Desde el primer minuto, y estoy seguro de que hasta el último, las decisiones de estos nefastos personajes están motivadas por su propio y desatado lucro. Todo lo que dicen «recortar» irá a su faltriquera. Ya no hay disimulo: es simple y eviscerada avaricia.

Lo más leído