Mamá, quiero ser epicúrea

15/02/2025
 Actualizado a 15/02/2025
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¿Qué te venden los políticos si no las ideas? Yo en ocasiones creo que ya perdí las mías, si es que alguna vez las tuve. Tampoco es que las quiera vender; pero está bien atesorarlas, que así no tengo que comprarlas.

Sus ofertas son reflectantes de nuestras peticiones, que son un mínimo. Con ellas enarbolan los discursos a base de nociones como un futuro próspero, una vida cómoda sobre la silla que permite el movimiento parcial dentro de la cárcel que es la ELA o una tierra de veinteañeros con casa, con oficio y beneficio. Y un mundo tolerante, dichoso de simpatía y, en definitiva, tan –pero tan– feliz…

Las formas son diversas –las de sus ideas–. Algo así como una empresa pública de vivienda, una promesa rotunda por subir el sueldo y reducir las horas de tu jornada laboral y un «reparto de migrantes» que se anuncia como el cura al dar las hostias, pero con menos poesía. O como un premio a la Escuela del Año que cae en las manos –en los muros– de un colegio a un minuto de distancia del instituto que, un año después del mediático galardón, enciende la calefacción el 29 de enero. Te cambio a los premiados por los congelados. Te cambio la visita de los reyes por unos gradines más en el termostato.

Y como una Ley ELA que no está, pero sí se espera, y que llenó tanto el pecho bajo esos trajes de demagogia, teñidos todos de «transversalidad», que hasta nos hizo creer que todavía hay resquicios de humanidad entre las élites. 

Y yo que siempre anhelé ser epicúrea, me enfrento a una inevitable realidad escéptica. ¡Si me parecen locas las gentes que veo sonreír a solas, en la calle, sin ton ni son! Cada vez son menos… ¡Si me asusta no saber aún si tengo que hablar como escribo o escribir como hablo o, directamente, no hablar y no escribir!

¿Cuándo se aprenden esas cosas?... ¿Se aprenden alguna vez?

Y qué mezquinos los políticos, que te venden las ideas. Y tú, que se las compras. Y que conoces sus nombres, apellidos y hasta la iglesia del pequeño pueblo de Segovia dónde se casaron sus padres, pero no sabes cómo se llama la tendera de tu barrio porque hace tiempo ya que el pan lo coges del Masymas.

Mejor date un paseo con tu abuela, si todavía la tienes. Préstate al repiquetear de ese paraguas que agarran sus manos arrugadas y que hace las veces de bastón. Vete a su casa. Come con ella. Admira ese delantal maltrecho. Escucha sus historias. Observa sus gestos. Abrázala. En su cabeza están las únicas ideas que merece la pena comprar. 

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