Confieso que me desborda, me sobrepasa como las olas de la tormenta Gloria, que en paz esté. Hemipléjico, mis dos hemisferios en guerra púnica. La situación política. La manada ministerial. La mesnada que los acompaña. El lenguaje, el estilo, la prosodia. El bruxismo de Sánchez (quijada tensa, crujir de dientes). Los ojillos de canica, opacos, retraídos y mal avecindados de Ábalos, qué solo garantiza la mentira al descubierto. ¿Para dónde miro que no vea lo que veo? ¿Me tapo con cera los oídos? Imposible, allá adentro se queda el eco, el martillo golpea el yunque y pone pie en el estribo y vibra el tímpano, y me aturden las voces, el gorjeo de las faringes empoderadas.
Irene Montero, la miembra del consejo de ministras, ministra consorte de la igualdad inmobiliaria, está de un creativo febril y habla de «interlocutar» con no sé quien, lo ha dicho en TVE y no se ha electrocutado con el interlocutador que la interlocutaba. Debe de ser consigna ministerial, porque Ábalos, robusto cuello en cabeza chica, ya lo dijo también: «El Gobierno de la nación puede interlocutar con cualquier otro gobierno autonómico». Ha rematado doña Irene la faena denunciando a la sociedad «adultocéntrica» (la prefiere infantilizada) y defendiendo a la familia «monomarental» (lo de «parental», de pariente, le suena a padre, y padre a machista). ¡Viva la sororidad!
Ellas están tomando la delantera. Otra Montero (tardan en feminizar su apellido y ponerse la Montera por Montero), María Jesús (¡vaya por Dios, otra intrusión heteropatriarcal!), en su atropellada fonética ya denunció, a propósito de la renovación del CGPJ, que «lleva tiempo que la ley mandató para que se produciera esa renovación». Lo dijo así, sic, sin que se «produciera» ningún sobresalto en la sala donde dicen que había periodistas. ¡Abajo la gramática opresora! También afirmó aquello de «¡yo lo digo siempre, chiqui, son 1200 millones, eso es poco!». La ha elevado Sánchez a portavoza, y al verla siempre tan espiritada pienso que ha tomado demasiado café, o lo que sea.
Tampoco se oyó ni un suspiro cuando otra de las sublimes, Celaá, afirmó: «No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres». Ha escandalizado mucho eso de la pertinencia o impertinencia de los hijos a los padres, asunto que dicho así puede significar lo que se quiera.
Mucho más grave es ese «no podemos pensar de ninguna de las maneras». Es esta arrogancia totalitaria lo que más espanta. Quieren que pensemos y sintamos como ellas dicen que hemos de sentir y pensar. No es que manden, «mandatan» e «interlocutan»: ¡Viva la lucha antifascista!
Pronto habrá más fachas en España que en toda la Galaxia. Hasta ayer los campesinos eran trabajadores del campo, agricultores, pero hete aquí que Pepe Álvarez, el capataz de Pujol, secretario general de UGT, ha descubierto que son «la derecha terrateniente, carca». El virus de la derecha ha mutado en el virus corona de la ultra ultra derecha, que es la última consigna de Redondo que repiten a coro todas y todos los que se sientan en la alargada mesa oval monclovea.
Dijo también la pequeña Lastra, cabecita superdotada, segunda autoridad jerárquica del PSOE, que la negociación de los presupuestos está todavía en un «trámite muy primigenio». Aprendió la palabra ayer y ya la usa con una soltura que obligará a cambiar el diccionario de la RAE, batalla progresista que ya ha iniciado Carmen Calvo, la vicesegunda de lo que sea, toda ella simpatía, eh, bonita.
En esta brevísima relación del asalto feminista a la sintaxis no podía faltar la directora del Instituto de la Mujer, Beatriz Gimeno (otra que debe despatriarcalizar su apellido). Ha escrito cosas de altísima enjundia: «El ano es una de las principales zonas erógenas para hombres y mujeres, pero especialmente para los hombres». ¡Y yo, que tuve que superar la fase anal para llegar a ser lo que soy, sin enterarme! Con lo feliz que hubiera sido jugueteando toda la vida con el fruto de mis entrañas.
Y: «Me interesa mucho el culo masculino como espacio altamente simbólico donde se concentra la pasividad entendida como feminización (degradante) y como lugar de placer inasumible para los hombres heterosexuales».
Conclusión: «la heterosexualidad oprime a las mujeres». De la lucha de clases a la lucha contra la heterosexualidad. ¿Clase obrera? ¡Anda ya, carca! Tiene ésta, doña Beatriz, cinco pisos, y pronto se comprará un palacete, no va ser menos que su jefa proletaria y que Celaá, que ya lo tiene.
Mandatan e interlocutan
05/02/2020
Actualizado a
05/02/2020
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