Hace unos días que las páginas de este periódico se hacían eco de un estudio que aseguraba que León es la segunda provincia española con mayor tasa de tiendas de bricolaje y que, en consecuencia, esta es una tierra dada a las chapuzas domésticas. Al margen de los siempre fríos números, son muchos los que por estas latitudes han sido manitas que crearon escuela desde el anonimato. En mi comarca, por ejemplo, nadie olvida esos dones que tenían Sasi, de Mondreganes, que con una sola manita le bastaba para serlo e idear un sinfín de artilugios, o Perico, de Almanza y abuelo de quien escribe estas letras, siempre diestro reparando relojes, bicicletas o lo que se le pusiera por delante.
Algunos quedan: mi tío José, a quien tanto admiro y tan poco se lo digo, Susín, José Aparicio… Haberlos haylos; pero, a pesar de lo que digan las estadísticas sobre bricolaje, se encuentran en peligro de extinción. En mi comarca, en esta provincia y en todas partes.
Hubo un tiempo, más lejano en sensaciones que en el calendario, en el que cada hogar tenía su manitas. Hombres o mujeres que reparaban esa mesa coja con un par de clavos, desmontaban la dichosa cisterna del baño con los ojos cerrados y remendaban cualquier prenda en unas pocas puntadas. Cortaban la leña, soldaban, cavaban una zanja… Sin embargo, el aumento de nuestras comodidades ha ido en paralelo al de nuestra pasividad.
Que somos más inútiles, vaya. Se han dado casos de llamar a un electricista por una bombilla fundida o a un mozo de Ikea para montar uno de sus muebles. Sin saber bien cómo, nos hemos desentendido de las soluciones manuales para delegar cualquier reparación en profesionales de las chapuzas domésticas.
Mientras que trabajos intelectuales y administrativos se van sustituyendo poco a poco por la tecnología, los oficios manuales continúan siendo irremplazables. Una inteligencia artificial puede escribir un ensayo científico o realizar una auditoría en cuestión de segundos, pero no es capaz de desatascar una cañería o pintar una pared de color salmón. Estas habilidades son las que más valor tendrán en el futuro y las que ya aportan mayor certidumbre laboral en el presente: ¿alguien es aún tan pardillo de creer que un fontanero o un albañil cobran menos que un ingeniero o un periodista solo por el hecho de no haber pasado por la Universidad?
El problema no es que haya menos manitas, es que ni siquiera nos importa. Algo que es extrapolable a los problemas de las empresas para encontrar pescaderos, charcuteros o camareros. Entender el mundo que nos viene es asumir que, en ocasiones, tocará mancharse las manos… o, al menos, usarlas. Tal vez, la auténtica resistencia en estos tiempos pasa por saber apretar un tornillo... ¿Dónde dejarían Sasi y Perico el manual de instrucciones?