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La mano que mece la pluma

08/10/2023
 Actualizado a 08/10/2023
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Como cada mañana desde hace dos décadas, un hombre llega por la calle González Regueral dejando a su diestra la Pulchra Leonina, cuyas torres lo espían por encima de los tejados. San Isidoro le saluda de refilón con sonrisa paternal porque se conocen de antiguo y sabe de la devoción que le profesa aquel joven guía que bebió la historia en sus pasillos, claustros y bibliotecas, tan amante de su trabajo que aún hoy se emociona recordando el roce del cáliz de Doña Urraca, la caricia de un códice o el haber sostenido la arqueta de las reliquias. Maduró entre aquellas piedras donde la teoría de los libros se convertía en realidad y mientras su pasión por el arte medieval crecía, en su cabeza se gestaba un proyecto. Después, cogió de un brazado todo el saber acumulado en once años de trabajo, se alejó apenas unos metros e instaló casi a la sombra de su amada basílica, como quien anida cerca del padre, el rincón de las Artes Medievales, dando a conocer de forma especial una época gloriosa del Reino de León. 

Como cada mañana desde hace dos décadas, y por extraño que parezca en pleno siglo XXI, un hombre se dice Escribano de oficio y se detiene bajo un estandarte que anuncia: Scriptorium. Al abrir la puerta, deja semi colgando el cortinón de terciopelo burdeos que franquea la entrada, dando un toque palaciego. Un ritual tan premeditado como la música antigua que empieza a bailar con las esculturas, relieves, libros, tapices, esmaltes o piezas de orfebrería que llenan la estancia. Ínfimos detalles que el cliente no percibe si trae consigo el ruido y la prisa de la vida. Hay que llevar calma para apreciar que ese pesado cortinón es la entrada al Medievo y quedar atrapado por el halo mágico de un local donde el tiempo computa en siglos. Y entre todos esos objetos hay un hombre como en escorzo semi oculto por una columna, inclinado sobre un escritorio con pergaminos, paletas de colores y tinteros. Ese es Antonio, El Escribano, trabajando entre objetos valiosos a la vista de todos, convirtiendo la caligrafía en su bien más preciado. Esa es la mano que mece la pluma consiguiendo un perfecto ensamblaje entre pasado y presente, donde la antigüedad se deja acostar sobre pergaminos actuales y la actualidad se deja pintar con pluma, tintes y caligrafías antiguas. 

Para cada petición, para cada necesidad o capricho, el Escribano te escucha, lo rumia un momento y viaja al pasado en busca de la imagen idónea buceando en sabe Dios qué códice y con qué tipo de letra, hasta regresar con tu deseo convertido en tesoro. Así es como de sus tinteros brotan genealogías, actas, diplomas, poemas, unas simples iniciales, un detalle para un bautizo o un secreto para una historia de amor prohibido. Tras el terciopelo burdeos no hay clases, escalas ni rangos. Sólo hay historia medieval y amor al trabajo, poniendo la misma dosis de empeño en un encargo del más alto nivel que en un diploma para una Orden de Caballería o un sencillo capricho para cualquiera de nosotros. Recientemente hemos visto a la presidenta del Congreso y al presidente del Senado en su tienda, el día en que cientos de mandatarios de la Unión Europea fueron obsequiados con marca páginas nacidos de sus manos, haciendo que León vuele por el mundo acostado entre las hojas de un libro. Quizá ese sea el secreto de su éxito. Que los Decreta de Alfonso IX caligrafiados por su puño y pluma sobre una pieza completa de piel de oveja, hayan llegado al Congreso de los Diputados, que su Santidad el Papa haya recibido en tres ocasiones el gran libro del Fuero de León en el que sus manuscritos, hechos en tres lenguas con tres caligrafías distintas, se suman al fantástico trabajo de otros expertos y, al mismo tiempo, su obra luce en el humilde salón de mi hermana. Si, puede que ahí esté el éxito de quien ama por igual bajar a las mazmorras de la colegiata que elevar los ojos a las torres de la catedral.

Como cada tarde desde hace dos décadas, un hombre abandona la calle Regueral con el andar pausado y sereno de quien lleva el deber cumplido. Como ocurriera en aquel León medieval cuando la torre de San Marcelo anunciaba toque de queda y se cerraban las diez grandes puertas de la ciudad y los postigos de nuestras murallas, Antonio cierra la puerta dejando al medievo dormir tras el cortinón burdeos. O quizá, amparados en la noche, despierten caballeros, cortesanas, monjes, reyes y beatos y se abran los mercados en el templo de las caligrafías medievales hasta que, al alba, regresen al tapiz, papel o esmalte para ser historia inmóvil antes de que los vivos despierten. 

Antonio el Escribano, que convirtió su pasión por el Medievo en su forma de vida, hoy celebra con clientes y amigos que su Scriptorium cumple veinte años y pretende dar las gracias a quienes deberíamos dárselas a él por ser embajador de nuestra tierra, por hacer volar a nuestro Gallo por tantos cielos y contribuir con su puño y letra a que León sea conocida como Cuna del Parlamentarismo por el mundo alante. 
Feliz aniversario, Escribano. 

 

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