Mantequerías Leonesas nació con el siglo pasado en Villiguer de Laciana, de la mano de Marcelino Rubio, que fue alumno de las escuelas Sierra Pambley, donde aprendió los conocimientos necesarios para montar una mantequería. Las mantequerías eran muy importantes en aquellos tiempos y pocos años antes fueron las protagonistas del renacimiento económico imparable de una de las naciones más pobres de Europa: Dinamarca. Pronto la empresa creció, gracias a la buena acogida de la población de valle, y Rubio emigró a Madrid, dónde triunfó de manera incontestable. Después de la guerra civil, los hijos de Marcelino consiguieron que sus tiendas fuesen las más selectas de la capital..., y de Barcelona y de Sevilla. Fueron las primeras que implantaron el ‘autoservicio’ y a ellas acudían los más pudientes…, a tal honor, tal señor. Incluso Audrey Hepburn fue cliente de la casa cuando visitaba la Villa y Corte. Los Rubio, además de mantequilla, presentada en cajas de hojalata de distintos pesos y bellamente decoradas, también vendían un queso azul que no tenía que envidiar al Cabrales o al Roquefort francés; y leche condensada ‘Los Mellizos’, también elaborada en Villiguer, posiblemente la primera de este tipo que se fabricó en España. ¿Cómo fue posible todo este imperio comercial? Además de la valentía y del buen hacer de la familia, todo este tinglado se sostenía porque en Laciana había una vaca que producía la materia prima necesaria: la Mantequera Leonesa. Daba poca leche (poquísima según los estándares actuales), pero con una materia grasa extraordinaria, superior incluso al 7 %. Esta vaca servía para todo: trabajaba el campo, daba carne y daba leche. Hasta los años 60 del pasado siglo, abundaba en todo el norte de la provincia; pero llegaron de fuera razas mucho más productivas (la parda alpina y más tarde la frisona), y este hecho hizo que desapareciera bruscamente de las cuadras. En 1996 se declaró ‘extinta’ por el Ministerio de Agricultura y por la Junta de Castilla y León. El Estado intervencionista del General había prohibido la inseminación con toros de esta raza y ahí comenzó todo… Una tragedia.
Su recuperación me recuerda a la de los Dinosaurios de ‘Parque Jurásico’, solo que en vez de utilizar el ámbar donde se mantenía el ADN de los mastodontes que habían sufrido la picadura de un mosquito, se usaron decenas de muestras de otros tantos animales que procedían, por lo menos en parte, de aquella raza ancestral. Uno de los causantes de este resurgimiento, sino el principal, es un profesor de la Facultad de Veterinaria, Fernando de la Fuente, natural de Villavente de la Sobarriba y casado en el pueblo de un servidor, con mi quinta Mari, la de Ligia. Este buen señor, y lo digo en toda la extensión de la palabra, es un tipo vocacional, puesto que podría estar jubilado hace tiempo y sigue al pie del cañón porque le encanta lo que hace. También es el ‘causante’ de los mejores estudios de la raza de oveja Churra que hay en España, y no exagero ni un pelo. Hablando en plata: es todo lo contrario del que esto subscribe, en cuanto al carácter y forma de actuar. Seguramente por esto es por lo que nos llevamos tan bien. Tiene, casi siempre, la mejor huerta del pueblo, de esas que dan envidia de la mala, ¡joder!, que la mía siempre es la peor.
También le ayudó en el empeño el Censyra, dirigido hasta su jubilación por otro hijo de Vegas, Juan Carlos Boixo, de la familia de los Boixo de la que he escrito en varias ocasiones en esta columna. Por supuesto, la colaboración sigue con el nuevo director del Censyra, Mantecón. Lo que han conseguido Fernando y su equipo es, como poco, alucinante. Revivir un animal que estaba muerto y certificado, es la leche, nunca mejor dicho. Es cierto que, como siempre, la Diputación y la Junta se han apuntado al caballo ganador, poniendo su granito de arena. Pero el mérito de esta hazaña es de la Universidad de León, de su Facultad de Veterinaria, de la que nunca presumimos lo suficiente.
León, desde principios del siglo pasado hasta más allá del final de la dictadura del General, tenía decenas de empresas mantequeras. Desde las más conocidas (Lorenzana y Arias), hasta las que eran, en su mayoría, cooperativas esparcidas por la montaña. El movimiento cooperativista era el preponderante. En el Partido Judicial de Murias de Paredes había 43 empresas dedicadas a la producción de mantequilla y sus derivados. En Palacios del Sil, tres cooperativas, en Valdeburón, dos; en Babia otras dos de grandes dimensiones… En Vegamián, Lorenzo Población manipulaba 150000 litros de leche; y en Lario y en Riaño, Adolfo Rodríguez, 300000…
Hoy, que la cosa está como está, deberíamos retroceder en el tiempo y darnos cuenta de la riqueza de nuestros valles y de nuestras montañas; deberíamos volver a intentar que las cooperativas fuesen las canalizadoras de vida y esperanza en un paisaje yelmo y asolado. Todo, todo, está inventado. Salud y anarquía.