Tengo, para los que no se hayan enterado o deducido leyendo mis artículos en este periódico, dos hijos y dos nietos, cuatro cracks, se mire por donde se mire. Los cuatro, de pequeños, fueron (y son) geniales, con ocurrencias de genios de la lámpara, como poco. Pues resulta que dos de los cuatro, para dormir en su silla o estar tranquilos, tenían que tener entre sus manos una ‘mantina’ y una ‘gasina’, respectivamente. No sabían relajarse y disfrutar si no era con estos artefactos a su alcance y condicionaban los paseos por los parques y por las avenidas de la ciudad de León. Si por un cataclismo se nos olvidaban, ya podíamos darnos por jodidos, porque sus lloros se escuchaban en Puente Castro o en San Esteban y no había manera humana de hacerlos callar...
El caso es que ‘la mantina’ es, como ‘la rebeca’, consustancial a lo leonés. Supongo que sabéis el chiste de cómo se distingue a uno de León en una playa nudista: es el que lleva la rebeca debajo del brazo, «por si acaso». Y es que en León el frío y el calor son variables que nadie puede controlar. Recuerdo la primera vez que Teina, una berciana de Villafranca con la tuve la inmensa suerte de convivir durante ocho años, vino a la fiesta de Santiago. Salimos de León con un calor perverso, propio de julio. Estaba preciosa, con un vestido vaporoso, elegante y muy sugerente. Uno, que conocía el paño, la advirtió que a lo mejor debería ponerse algo más funcional, algo más caliente: me llamó de todo menos guapo y llegó a la conclusión de que estaba loco. Resultó que al poco se levantó un viento por demás desagradable. Evidentemente faltaba lo peor: después de cenar, el viento se convirtió en algo muy molesto y a las tres de la mañana hacía frío, pero frío de verdad, por lo que se hizo inevitable volver a casa y coger un ‘plumas’. Sólo así conseguimos que Teina no muriese aquella noche de verano…
El clima en la Tierra ha variado a lo largo de sus 4.500 millones de años. Etapas cálidas han dado paso a otras glaciares de una manera ininterrumpida. La última, el ‘Dryas reciente’ (hace 14.000 años), cambió nuestra manera de vivir de manera brutal, creando las condiciones necesarias para el nacimiento de la agricultura. Fue la época en que los hombres se convirtieron en sedentarios, en la que nacieron los pueblos y las ciudades, en la que dejamos de ser ‘cazadores-recolectores’ y en la que empezamos a domesticar a la mayoría de los animales. Todo este rollo viene a cuento del ‘cambio climático’, que se ha convertido en un mantra con el que nos asustan los apocalípticos que gobiernan el mundo occidental. En León, qué es lo que nos importa, desde que tengo uso de razón (poca), hemos sufrido inviernos más cálidos de lo habitual y veranos fríos, como el presente. Veranos en los que teníamos que quemar la hierba en los ‘praos’ porque había llovido tanto por San Juan que la hacía inservible. O sufrir la pérdida de la cosecha de patatas, en el otoño, porque se habían podrido por tanta lluvia… O, por el contrario, recogíamos tomates por los Santos.
Lo que ha cambiado en nuestra perspectiva, es que antes los científicos echaban la culpa a un volcán, al deshielo abrupto de un glaciar o al impacto de un meteorito. Hoy, esa misma gente, culpa a los hombres y a su ansia desmedida (con lo que uno está absolutamente de acuerdo), y en su pertinaz utilización de combustibles fósiles. Creo, sólo creo, que nos damos demasiada importancia a nosotros mismos. Por muy necios que nos pongamos, la Tierra, nuestra madre, es infinitamente más poderosa que nosotros y sigue sus propios ritmos. Siempre llovió y escampó. Siempre hizo calor en verano y frío en invierno. Siempre, siempre, llega la calma después de la tormenta. Esto del cambio climático, qué no pongo en duda de que tiene algo de cierto, es una excusa que imponen los que mandan de verdad a los idiotas que pagamos impuestos para ganar más dinero todavía. Todo este desbarajuste lo han provocado los que quieren seguir ganando miles de millones de euros aunque no se lo merezcan, aunque hagan trampas en la partida. Me recuerda a aquella frase del ‘Gatopardo’, el libro y la película, en que el rico decía aquello de «hay que cambiarlo todo para que todo siga igual». El asunto es que sólo piensan en ellos mismos, tirándoles de los cojones lo que pasa en el resto del mundo. A uno que viva en Malaui o en Zambia, lo único que le preocupa es tener luz y calor en su casa, se produzca como se produzca, y nosotros ponemos pegas porque usan carbón. Nos olvidamos de ellos porque, en el fondo, a los occidentales lo único que les interesa es su bienestar. Lo demás, se la trae floja…, y así nos va. Luego nos extrañamos que esa pobre gente quiera venir a Villaquilambre a buscarse la vida…
Me consolaré de todo este sindiós cuando en las noches más tórridas del verano leonés, que llegarán, me tape con la ‘mantina’ porque si no, no hay quién pueda dormir del frío…
Salud y anarquía.