Julio Caro Baroja, con su lucidez habitual, al abordar la provincia de León, distinguía tres áreas geográficas bien diferenciadas: la montaña, la ribera y el páramo. Cada una de ella, claro está, con sus variedades y diferencias.
Entre las riberas, la del Torío tiene su personalidad. En el pasado, todos los pueblos que se asentaban en sus márgenes iban a vender al mercado de León el hilo que producían, caracterizado siempre –tal y como se nos indica desde mediados del siglo XVIII– por su blancura.
Las romerías del Torío también llegan hasta hoy. Se llevan la palma las de la ermita de Nuestra Señora de Boínas, en término de Robles de la Valcueva, que, celebrada el 15 de agosto, contaba también con una feria «donde los naturales se proveen de algunos artículos de vestir y comestibles y de varios enseres para la labranza». Tal y como Pascual Madoz nos indica.
Nada nos dice, sin embargo, el Madoz (¿quién sería el corresponsal decimonónico de tan divulgadísimo ‘Diccionario’, que tuvo tan imperdonable olvido?) de la romería de Nuestra Señora de Manzaneda, que, celebrada a mediados de septiembre (este año, el pasado 16 de septiembre, lunes), tiene aún hoy una gran vitalidad, conocida popularmente como ‘las Manzanedas’.
Nos acercamos, un año más, hasta el enclave de ribera, con praderas, sebes, chopos, en un soto tan bucólico y, al tiempo agreste, en que se halla la ermita, arrimada al monte, en la margen izquierda del Torío.
En la pradera, ante la edificación sagrada, varios puestos ofrecían diversos artículos de feria, desde los ‘perdones’ para llevar a conocidos y parientes (predominaban las avellanas), hasta otros artículos más modernos. En ella, aparecía trazado, con pintura blanca, el círculo del corro para los ‘aluches’ de la tarde.
Nos llamó la atención una larga fila de personas mayores (las predominantes en la romería) que se alineaba ante un puesto. Preguntamos el motivo. Estaban sacando un vale para una comida que, por el módico precio de tres euros, consistiría en paella y escabeche de tino.
Lo más emocionante fue la procesión, a la una del mediodía, con los pendones de los diversos pueblos de la zona, la imagen de la Virgen en andas y el canto del ‘ramo’ por parte de un coro de mujeres.
Los ‘aluches’ de la tarde contaban con un público que, en parte, se hallaba sentado en unas gradas montadas para la ocasión. El carrito de helados de Coladilla constituía una estampa evocadora del pasado, cuando poder comprar un helado de cucurucho era toda una fortuna. Otros años, hemos presenciado unos campeonatos de bolos, entre contenientes de varios pueblos, con jugadores muy experimentados.
Pero, días después, el 21 de septiembre al mediodía, nos acercamos a una fiesta más recogida e íntima, la de la aldea de Canaleja de Torío, en honor de los santos Cosme y Damián. Con las imágenes, antiguas pero de traza popular, de ambos santos en andas, con sendos ramos de flores a sus pies, la procesión descendió desde la iglesia hacia el pueblo, en un corto recorrido. Nos resultó llamativo que no llevaran las andas de los santos a hombros, sino con los brazos caídos, con lo cual las imágenes apenas sobresalían sobre los integrantes de la procesión.
Previa la procesión, en la pequeña explanada de la iglesia, un anciano cazurro hablaba, para todo el que quisiera escucharlo, de que aquello no iba con él, ni pendones, ni santos, ni procesión, ni nada. Pero estaba allí.