03/06/2024
 Actualizado a 03/06/2024
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De mar en mar algunos leoneses vamos haciendo nuestro peregrinar por esta vida, cumpliendo así el destino sagrado de la humanidad. De un viaje menor, entre lagunas y pantanos hacia el salitre norteño, o hacia los vientos alisios de ultramar, siempre sin dejar o el «mare nostrum» así llamado porque, en verdad lo es, nuestro, puesto que estamos inmersos en una cultura y un hacer mediterráneos gracias a nuestra historia que es la que es y se lo debe casi todo a egipcios, fenicios, griegos y latinos, lo cual tampoco está muy mal si bien se mira.

Uno, que escribiera en su madurez un libro de poemas titulado: ‘Llévame del mar’ (Endymion, 1992) en el que suplicaba a la amada le ayudara a salir del paraíso mediterráneo para volver al natalicio montañés y a los recuerdos, después del largo y sustancioso viaje, ha tenido que regresar para ver la puesta de sol de su vida desde alguno de estos montes de los que nos habla Serrat, cubiertos de retamas amarillas.

De mar a mar, todo un camino de agua, todo un descubrir las nuevas islas y los nuevos continentes, hasta, al final del viaje, llegar forjados de verdad del hierro de los vientos que empujan a todo ser humano a navegar en todo tipo de aguas, sean ellas serenas o lo sean turbulentas. Una vastedad que siempre tendrá su puerto principal de singladura en este León, que tanto admira a sus soñadores hijos.

Otro leonés que ha recurrido a este lamento de las olas es nuestro Miguel Díez Rodríguez, el viejo profesor, que nos entrega su nuevo libro titulado «Mar nuestro» en el que repasa la multitud de encuentros entre nuestra historia y la del mar que se decía ‘En medio de la tierra’. Lo subtitula como «una singladura literaria» Y a uno de los Innumerables «mediterráneos» que cita es al poeta Boudelaire (el de «las flores del mal») y precursor del simbolismo. Y de él, este pequeño texto: «Para el alma cansada de la lucha de la vida un puerto es un lugar encantador donde residir... quien ya no siente curiosidad ni ambiciones halla una especie de placer misterioso y aristocrático cuando contempla, reclinado en el mirador o acodado en e muelle, todo el movimiento de los que parten y de los que regresan» ¿Se puede describir mejor la situación de un «ochentero» que regresa a los pantanos rebosantes y se encuentra a los poetas reivindicando la lírica como primordial motivo para continuar viviendo?

¿Se puede ser más leonés que Miguel Diez, y sus hermanos, mirando al mar Mediterráneo desde la playa de Altea?

 

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